Humanismo Soka
La bomba atómica arrojada sobre Hiroshima no solo cobró la vida de unas ciento cuarenta mil personas, sino que también tuvo una gran repercusión en los hijos y nietos de los sobrevivientes, sumiendo a muchos de ellos en las profundidades del sufrimiento. Esto muestra el carácter verdaderamente demoníaco de las armas nucleares.
Hacia fines del verano, cuando estaba en el segundo año de la escuela de enseñanza media, Noriyoshi Yamaue se enteró de que había estado expuesto a la radiación. Empezó a experimentar una fatiga extrema y pérdida del apetito; un bulto en el cuello le fue diagnosticado como tumor maligno. Fue hospitalizado de inmediato para recibir tratamiento quirúrgico. El pronóstico no era bueno: tal vez no viviría mucho tiempo.
Ante tal noticia, la madre rompió en llanto y dijo compungida: “¿Habrá sido porque comí una manzana que lavé en la lluvia negra?”[1]. El día del bombardeo se hallaba en su casa, a unos dos kilómetros y medio del epicentro, y estaba embarazada de Noriyoshi. En ese momento éste supo que era la segunda generación de víctimas de la bomba y cayó en una profunda desesperación.
En los seis meses que estuvo hospitalizado murieron tres personas que compartían su cuarto, pero él mejoró gradualmente y en la primavera siguiente pudo volver a la escuela. El primer día de regreso a clases su madre lo despidió feliz, pero a Noriyoshi lo carcomía el temor de morir en cualquier momento. Al cabo de una década, la lluvia negra de Hiroshima había extinguido el sol de la esperanza en su corazón. La oscuridad que sentía en su interior era realmente profunda.
Incapaz de ver posibilidad alguna en su futuro, Noriyoshi se tornó autodestructivo y empezó a involucrarse constantemente en peleas. Sentía un odio intenso hacia los Estados Unidos por haber lanzado la bomba; un día fue en motocicleta hasta una base militar norteamericana en la vecina prefectura de Yamaguchi y se peleó con un grupo de soldados. Sufrió una gran golpiza. Su intención no era ganar la pelea; quería que lo mataran.
La autora norteamericana Pearl Buck (1892-1983) escribió: “La resignación es algo quieto y muerto”.[2] Por eso, es indispensable para la vida tener una filosofía de esperanza.
Noriyoshi Yamaue no podía encontrar ningún propósito en el estudio. Aunque ingresó en la escuela de enseñanza media, faltó tantos días que tuvo que repetir el año. Alrededor de esa época su madre fue hospitalizada con cáncer de ovario y tuvo que ser intervenida varias veces. Su cuerpo había sido afectado por la lluvia radiactiva. La vida del joven fue de mal en peor: lo expulsaron de la escuela por buscapleitos; su madre murió luego de escupir una gran cantidad de sangre, pues el cáncer se había extendido a los pulmones y al hígado; diez días después falleció la abuela, también víctima de la lluvia radiactiva. La familia de cinco miembros había quedado reducida a Noriyoshi, su padre y su hermano menor.
Tres meses después, huyendo de Hiroshima, el joven tomó un tren nocturno hacia Tokio. Permaneció en el apartamento de un amigo hasta que encontró un lugar para vivir. La situación continuaba siendo muy difícil, pero trataba de buscarle un significado a su existencia. A partir de abril del año siguiente, empezó a asistir a la escuela de enseñanza media en Tokio. Quería enmendarse. También empezó a trabajar por horas para mantenerse.
Pero siguió sufriendo en una agonizante soledad. Un día conoció a una señora canadiense de ascendencia japonesa que le habló sobre el budismo del Daishonin. Ella lo alentó cálidamente y al despedirse le regaló un libro, el primer volumen de La revolución humana de Shin’ichi Yamamoto.
Noriyoshi volvió a su apartamento, abrió el libro y leyó las siguientes palabras: “La guerra es atroz e inhumana. Nada es más cruel, nada es más trágico”. Sintió una viva emoción. Pensó en su madre y en su abuela, que habían sufrido terriblemente debido a la bomba atómica, y en la manera en que su propia vida había sido afectada por la radiación prenatal. Pensó en Hiroshima, donde más de cien mil personas habían muerto a causa del bombardeo y en el hecho de que tantos sobrevivientes todavía estuvieran sufriendo. Pensó cuán ciertas eran las palabras que acababa de leer.
Sus ojos quedaron clavados en un fragmento al final del capítulo “Amanecer”: “Mientras más oscura es la noche, más cerca está el amanecer”. Se dio cuenta de que durante los últimos años había andado a tientas en la oscuridad, pero sintió la esperanza de poder encontrar nuevamente el camino hacia la luz. Por sus mejillas rodaban lágrimas. Las palabras que expresan un sentir auténtico encienden la llama de la esperanza en nuestros corazones y nos dan valor para levantarnos y luchar.
Noriyoshi ingresó en la Soka Gakkai en febrero de 1966, apenas una semana más tarde de que su amiga le hablara sobre el budismo del Daishonin. Poco después, empezó a trabajar repartiendo periódicos, a la vez que asistía a la escuela de enseñanza media. Un día, mientras hacía el recorrido, escupió sangre y tuvo que ser llevado de urgencia al hospital; la tuberculosis que había sufrido cuando era estudiante primario se presentaba nuevamente.
Este giro de los acontecimientos hizo que dudara de las enseñanzas del Daishonin. Al volver a la casa, rompió el altar budista. “¿Qué va a ser de mí?”, se preguntó. Embargado de ansiedad y desesperanza no tenía deseos de hacer nada. Entonces, un miembro de la División de Jóvenes fue a visitarlo. El joven escuchó la historia de Noriyoshi con los ojos anegados en lágrimas y lo alentó con todas sus fuerzas. A Noriyoshi lo conmovió profundamente que este completo extraño se preocupara por sus sufrimientos.
A partir de ese momento, los miembros de la División de Jóvenes empezaron a visitarlo dos o tres veces por semana para entonar daimoku con él. El joven decidió hacer un esfuerzo sincero en su práctica budista junto con sus nuevos amigos. Entonaba daimoku fervorosamente y empezó a compartir el budismo del Daishonin con otras personas. En su interior, comenzó a surgir un gran sentimiento de realización.
Uno tras otro, los amigos de Noriyoshi ingresaron en la Soka Gakkai. Las miembros de la División de Damas alabaron y aplaudieron sus esfuerzos de todo corazón. La imagen de esas señoras le recordó a su madre fallecida.
Tiempo después, fue a ver al médico para hacerse una radiografía y se encontró con que la tuberculosis había cedido. Para ese entonces, había introducido al budismo del Daishonin a unas dieciséis personas. Esta experiencia profundizó la fe de Noriyoshi y la luz de la esperanza empezó a brillar en su corazón. El poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321) declaró que la esperanza se sostiene sobre la base de la creencia.[3] Noriyoshi le envió una carta a su padre contándole los hechos recientes de su vida. Éste, feliz de saber que su hijo estaba esforzándose, empezó a ayudarlo económicamente.
Después de graduarse en la escuela de enseñanza media, Noriyoshi ingresó en una escuela vocacional. En 1968, volvió a Hiroshima y encontró trabajo. También empezó a participar enérgicamente en las actividades de Gakkai como miembro de la División Juvenil Masculina. Finalmente, se casó y tuvo un hijo. En su mente permanecían las palabras que su madre le repetía cuando era pequeño: “Dedicaré la vida a construir un mundo en el que jamás tengas que experimentar la guerra”. Ahora Noriyoshi decidió vivir con la misma determinación, en bien de su propio hijo.
Noriyoshi Yamaue asumió la responsabilidad de presidir el Comité de Publicaciones Antibélicas de la División de Jóvenes de Hiroshima. Como víctima de la radiación, sintió que debía transmitir al mundo los horrores de las armas nucleares y alzar la voz en pro de la paz a través de ese proyecto. Una vez que hemos despertado a nuestra misión, de nuestro interior surge una fortaleza infinita que nos permite superar cualquier obstáculo. Y cuando emprendemos acciones con valentía, nuestra fuerza aumenta sin cesar. [3]
CITAS
[1] Lluvia negra: Nombre dado a la lluvia radioactiva que contaminó áreas alejadas del epicentro de la bomba atómica.
[2] BUCK, Pearl S.: The Child Who Never Grew (El niño que nunca creció), The John Day Company, Nueva York, 1950, pág. 57.
[3] Véase ALIGHIERI, Dante: The Divine Comedy: Paradise (La divina comedia: el paraíso), trad. por Mark Musa, Penguin Books, Nueva York, 1986, vol. 3, pág. 285.
[4] IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, Buenos Aires: Azul índigo, 2018, vol. 19, cap. «Torre de los tesoros».