Humanismo Soka
El padre de Etsushi le dijo que su nombre en japonés significa «transmitir alegremente un mensaje a otra persona». La gran sonrisa de Etsushi es testigo de cómo este nombre refleja su corazón.
Tenía cinco años cuando dejó su ciudad natal de Nagano, para partir hacia Misiones junto a su familia. Sus padres, ante las graves dificultades económicas que existían en el Japón de aquella época, buscaban nuevos horizontes. Decidieron venir a la Argentina, tomaron un barco que navegó los océanos durante dos meses, junto a Etsushi y sus hermanos. Entonces, los recibió la primavera misionera. Allí, formaron parte de una comunidad compuesta por unas noventa familias inmigrantes de Japón que se radicaban a orillas del Río Paraná. La familia se dedicó a trabajar las tierras, para realizar los que se denominan cultivos anuales con distintos tipos de verduras, y cultivos perennes con frutos cítricos. Etsushi se despertaba a las cinco de la mañana, caminaba varios kilómetros para llegar a la escuela, y luego de regresar, por la tarde, ayudaba a su familia con el trabajo agrícola. Rememora estas épocas con gran cariño, enfatizando todo lo que pudo aprender gracias a estos esfuerzos.
Sus padres, que no habían podido estudiar en la secundaria, enviaron a sus hijos a la escuela. Etsushi comparte las grandes dificultades que tuvo que afrontar debido a la brecha del idioma. Sin rendirse, estudió con todas sus fuerzas para poder aprobar cada materia y aprender el español. También, cuenta que aquí comenzó a manifestarse uno de los grandes desafíos que tuvo que afrontar: la profunda timidez que le impedía vincularse con las demás personas como hubiera querido.
Cuando terminó la secundaria, comenzó a trabajar en una fábrica de papel, en la que estuvo durante cuarenta y cuatro años. Aunque este desafío lo llevó a desplegar grandes capacidades, su mayor dificultad siempre tenía que ver con las relaciones humanas. En aquel entonces, a sus veintisiete años, conoció el budismo de Nichiren por su hermano mayor. Por ese entonces, era el año 1983.
«Desde chico tenía esta sensación interna de mi propia debilidad, que me cerraba a todos los demás. Era una gran timidez que me generaba mucho dolor. Tenía miedo de hablar con las personas, me sentía incapaz de hacerlo. Y como no terminaba de hablar bien el español, la situación empeoraba. Pero a través de esforzarme constantemente en la práctica, sin darme cuenta, un día me encontré hablando libremente con los demás. Este fue un gran cambio para mí. Ya no tengo miedo a nada», expresa.
Entonces, comenzó a realizar la práctica de entonar Nam-myoho-renge-kyo sin contarle a nadie. Para su sorpresa, gracias a esto fue capaz de superar uno tras otro todos los obstáculos con los que se encontraba. Pudo vincularse con cada persona, de corazón a corazón, y ganarse la confianza de todos sus compañeros de trabajo y de la comunidad. Etsushi entonces fue ascendido puesto tras puesto en la fábrica, y esto para él es un inmenso orgullo.
Incluso cuenta que entre él y su hermano solía reinar la hostilidad y aspereza, pero que gracias a la práctica budista pudieron crear un vínculo de genuina armonía y hermandad.
«Siempre en el fondo de mi vida deseaba tener una guía para avanzar como persona, como ciudadano. Recuerdo que, en mi juventud, solía caminar por el cerro y contemplar el paisaje. Entonces, reflexionaba cuánto anhelaba tener una guía, una guía como ser humano. Y esta filosofía de vida, tan positiva y maravillosa, ofrece la posibilidad de convertir el sufrimiento en felicidad. Me permite mejorar cada día. Desde que la conocí, nunca dejé la práctica. Creo que ahora, después de sostener durante tantos años, cada día soy mejor, cada día me siento más feliz».
Siguió perseverando en la fe día tras día, compartiendo a más personas sobre el budismo y llevando adelante reuniones de diálogo en Jardín América abiertas a todas las personas, con el objetivo de ofrecer aliento y esperanza a toda la comunidad.
«Me gustaba el camino correcto y claro que ofrece el budismo, para seguir desafiándome en todo sentido y superar todos los inconvenientes cotidianos que se presentaban. Y así fui formando mi vida».

Etsushi realizando la práctica del daimoku (repetición de Nam-myoho-renge-kyo) en una reunión de diálogo en Jardín América.
Su esposa Ritsuko Odashima, quien cuenta con sesenta y ocho años de edad, también es de Japón, de la prefectura Iwate. A los cuatro años, se mudó a Paraguay junto a su familia. Y diez años después, fue a vivir junto a su hermana a la zona sur de Buenos Aires, en Burzaco, y comenzó a practicar el budismo de Nichiren Daishonin. Fue una integrante pionera de la banda de pífanos y percusión del Departamento Juvenil Femenino de la Argentina, llamada Dulce Melodía Kotekitai, donde tocó la pandereta y forjó las bases de su fe junto a sus compañeras. Conoció a Etsushi a los veintiocho años, y luego se casaron y se mudaron a Jardín América.
En el año 2021, a Ritsuko se le diagnosticó cáncer de mama. Sobre ese momento, afirma: «Nunca tuve miedo. Cuando la doctora me comunicó los resultados, se sorprendió ante mi respuesta tan tranquila». Junto a Etsushi, se propusieron realizar un desafío diario de tres horas de daimoku. Las vecinas y amigas de Ritsuko cuentan que nadie podía creer que estaba atravesando una enfermedad, porque ella cada día se levantaba temprano y llevaba adelante con mucha energía y alegría todas las actividades para expandir la red de aliento de la Soka Gakkai. Su vecina Eva comparte: «Fue algo extraordinario. Se la veía radiante y feliz. La gente no podía creer que tenía cáncer. Incluso al día siguiente de realizarse quimioterapia, salía a caminar sin problema». Se realizó la cirugía necesaria para su tratamiento exitosamente. Sin embargo, en medio del proceso de quimioterapia prolongada que estaba realizando, Ritsuko se contagió de COVID-19 y luego también de dengue. Esto afectó mucho su condición de salud, pero siguió perseverando en el desafío diario de daimoku junto a Etsushi. Terminó su tratamiento, y luego se realizó radioterapia. Imbuida del aliento que le ofrecían las orientaciones del maestro Ikeda y basándose en una profunda oración, sorteó todos los obstáculos y se recuperó de una manera notable. Ante los resultados, la doctora de Ritsuko, sorprendida ante su vitalidad, le dijo: «sos una guerrera, superaste todos los problemas». Ella expresa: «Hasta hoy, el cáncer no se regeneró y en todos los controles me encuentro normal. Mi decisión es seguir expandiendo la red de aliento de la Soka Gakkai, y que cada vez surjan más jóvenes que puedan construir un futuro de paz».

Etsushi y Ritsuko en su hogar.
Por su parte, Etsushi también tuvo que afrontar una adversidad vinculada a la salud: en el año 2023, sufrió un accidente importante doméstico. En ese momento, pensó: «tengo que vivir, debo cumplir muchas cosas en esta vida», mientras realizaba daimoku en su interior. Cuando pudo ir al hospital, le informaron que se había dañado los huesos de la pelvis y que debería realizar un reposo de seis meses. Durante aquellos meses, no dejó de cumplir con su desafío de tres horas de daimoku diarias. Volvía una y otra vez a las palabras del maestro Ikeda. «Podemos superar todas las situaciones difíciles que nos toca afrontar a través de la relación de maestro y discípulo. Somos afortunados de contar con un maestro como el que tenemos. Atesoro cada palabra que escribió, y me esfuerzo por plasmarla en mi vida. Primero, leo con la vista, después, con la mente, y por último, con el corazón. De esta manera puedo asimilarlo de vida a vida, acercándome como discípulo al corazón de mi maestro. Por eso pude seguir avanzando», afirma. De a poco, su salud comenzó a mejorar, hasta que exactamente un año después de la caída, la recuperación fue total. Con mucho agradecimiento, afirma que, luego de este acontecimiento, su decisión es consagrar cada momento de su vida para aportar positivamente a la sociedad.

Compartiendo un lazo de muchos años: la familia Uematsu junto a sus amigos.
«Tengo fe al cien por ciento», expresa. «No voy a estar dudando. Entonar Nam-myoho-renge-kyo ante el objeto de devoción, el Gohonzon, es una manera de mantenerse vivo, en el verdadero sentido de la palabra. Y esto es un tesoro».
Etsushi es muy querido entre los integrantes de la organización de Misiones, y siempre está viajando a diferentes regiones de la provincia para salir al encuentro de todas las personas. Expresa que en cada lugar al que va, sigue aprendiendo.
«Uno debería buscar para qué estamos viviendo en este mundo, en este momento. Esa fue mi gran intriga, nunca tuve una respuesta exacta. Pero a través del budismo encontré que la ley de Nam-myoho-renge-kyo me permitió encontrar el propósito de mi existencia. Ahora mi preocupación constante es la felicidad de las otras personas, por lo que siempre me esfuerzo en transmitir alegremente a cada uno esta maravillosa filosofía. Entendí que, si uno actúa con todo su corazón, la respuesta llega sin falta. Lo importante es perseverar hasta el final. Sé que todo depende de mí».
Etsushi, con su asombrosa vitalidad y su radiante sonrisa, tiene la decisión de hacer realidad cada día el juramento de esforzarse hasta el final por el ideal del kosen-rufu (paz mundial), que realizó desde su juventud al maestro Ikeda, con la mira en el 2030, centenario de la Soka Gakkai.
«El budismo fue guiando mi vida para convertirme en un verdadero ciudadano del mundo, en cada vez mejor ser humano, para dar mi propio ejemplo a otras personas que están sufriendo. En este último tiempo mi mayor desafío es compartir con más personas lo maravilloso que es vivir basados en esta filosofía. Esto me llena de alegría. Tengo la convicción de que practicando este budismo uno puede superar todas las adversidades de la vida».
En una frase de los escritos de Nichiren Daishonin que atesoró en su corazón durante estos más de cuarenta años de práctica se lee: «Un día de vida es más valioso que todos los tesoros de un gran sistema planetario, así que, antes que nada, ármese de fe sincera. Usted todavía tiene muchos años por delante y, además, ha podido conocer el Sutra del loto. Si vive incluso un día más, podrá acumular muchísimos más beneficios. ¡Qué valiosa es, realmente, su vida!». 1
CITAS
1 Los escritos de Nichiren Daishonin (END), Tokio: Soka Gakkai, 2008, pág. 1001.