Humanismo Soka
Shin’ichi Yamamoto ansiaba una base filosófica para su vida, algo sólido que le diera un sentido de propósito y dirección. Lo que él y sus amigos buscaban de verdad era una respuesta al problema más directo e importante: ¿cuál es la forma correcta de vivir?
Llegó la noche del 14 de agosto. Sakata y Mikawa, los amigos que habían invitado a Shin’ichi a la reunión de diálogo, llegaron a casa de Yamamoto muy animados. Él estaba esperando a dos amigos que tardaban mucho en llegar. En el fondo, no quería ir a la reunión nocturna. Sin embargo, cuando sus amigos llegaron con una hora de retraso, hizo el esfuerzo de levantar su cuerpo febril.
Al entrar en la sala, la voz ronca pero enérgica de un hombre de mediana edad llegó a sus oídos. Los cinco entraron en la sala de reuniones. Había unas veinte personas; las puertas que dividían los dos ambientes habían sido retiradas. Era una reunión con un ambiente muy distinto al que habían conocido hasta entonces. En el fondo, un hombre con gruesas gafas y frente prominente hablaba con seguridad.
Los participantes no eran sólo jóvenes, sino amas de casa, ancianos y hombres de mediana edad, todos escuchando atentamente, sin el menor movimiento. Aunque en silencio, había una sensación de vigor y seriedad en el ambiente. Preguntándose de qué tipo de reunión se trataba, Yamamoto escuchó atentamente, pero no pudo seguirla en absoluto. Sólo podía percibir un fuerte espíritu en el ambiente de la reunión.
Josei Toda estaba dando una conferencia sobre «El establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz de la tierra» de Nichiren Daishonin. Al escuchar, Yamamoto y sus amigos se dieron cuenta de que la reunión era sobre budismo. Sin embargo, no les pareció un sermón como los que relacionaban con la religión. Sintieron despertar extrañas sensaciones. La conferencia parecía estar estrechamente relacionada con sus asuntos cotidianos. Por otra parte, también parecía tratar de algo de gran alcance.
Shin’ichi contempló el rostro de Josei Toda. Sus ojos buscaban a veces los del joven. Pronto se dio cuenta de que le estaba prestando especial atención. Cuando se encontró con los ojos de Toda, no pudo evitar desviar la mirada infantilmente. Toda prosiguió su conferencia, deteniéndose a veces para beber un sorbo de agua despreocupadamente.
–Aunque esto fue escrito hace unos setecientos años, parece como si hubiera sido escrito para nosotros en esta época desgarrada por la guerra. Una vez que uno abraza la fe en el Gohonzon, el deseo individual de alcanzar la iluminación seguramente se cumplirá. Pero también deben extender sus pensamientos a sus familias, a su país y al mundo del siglo XX, que se encuentra en medio de una gran agitación. Deseamos erradicar todo sufrimiento de la Tierra. Este es el objetivo de nuestro movimiento kosen-rufu. ¿Lo hacemos juntos?
Al oír las decididas palabras de Toda, los jóvenes miembros respondieron enérgicamente: «¡Lo haremos». Los hombres y mujeres mayores asintieron con solemnidad. Shin’ichi Yamamoto era un joven honesto, al que no le gustaba jugar con las palabras. Toda la escena le causó una profunda impresión.
Cuando la conferencia estaba llegando a su fin, Mikawa se levantó de repente y dijo:
–Señor, he traído conmigo a Shin’ichi Yamamoto. Era mi compañero de primaria.
Yamamoto se inclinó rápidamente.
–¡Oh! –Toda sonrió y habló como si estuviera hablando con el hijo de un amigo–. ¿Cuántos años tienes ahora?
–Diecinueve años, señor.
–Ya veo. Yo tenía diecinueve cuando llegué a Tokio desde Hokkaido. Era realmente un chico de campo. No tenía amigos ni dinero, y me sentía terriblemente solo. Estaba abrumado, algo inusual en mí.
Sus sonrientes reminiscencias provocaron que sus oyentes también sonrieran sin darse cuenta. Empezó a decir algo, pero de repente se detuvo. Todos esperaban a que hablara.
–¡Señor! –Shin’ichi rompió de repente el silencio con voz enérgica. Todas las miradas se volvieron hacia él–. Hay algo que me gustaría que me explicara.
Entrecerrando los ojos tras sus gafas, Toda miró a Shin’ichi.
–Muy bien, adelante. Pregunta lo que quieras.
–Señor, ¿cuál es la manera correcta de vivir? Cuanto más pienso en ello, más confundido me siento.
Lo dijo con expresión seria, con los ojos muy abiertos. Sus pestañas, bastante largas, proyectaban sombras alrededor de sus ojos, dándole un aspecto inocente pero, en cierto modo, triste.
–Bueno, esa es la pregunta más difícil de todas.
Con una sonrisa feliz en la cara, prosiguió:
–No hay nadie en este mundo que pueda responder con seguridad a tu pregunta. Yo sí puedo, porque he tenido la suerte de comprender con mi vida, hasta cierto punto, el budismo de Nichiren Daishonin.
La voz de Toda era tranquila pero segura.
–Nos encontramos con muchos problemas a lo largo de la vida. Por ejemplo, la terrible dificultad de conseguir comida y alojamiento en la actualidad. Tampoco podemos predecir qué desgracias nos pueden ocurrir: problemas financieros, decepciones amorosas, enfermedades, guerras, desavenencias familiares, etc. La gente se atormenta hasta el límite de su resistencia tratando de encontrar soluciones a estos asuntos. Sin embargo, los problemas de este tipo son relativamente sencillos, como ondas en la superficie del agua. Hay otras agonías más fundamentales. ¿Cómo podemos resolver la cuestión última de la vida y la muerte? Éste es el problema más difícil de todos, ¿no le parece? El budismo lo llama a éste «el problema de los cuatro sufrimientos»: nacimiento, vejez, enfermedad y muerte. Hasta que no puedas resolverlo, no podrás encontrar una forma correcta de vivir.
»Una vez que apareces en este mundo, no puedes evitar esta dura realidad. Puede que te arrepientas de haber nacido, pero aquí estás y tienes que afrontarlo.
Todos estaban a punto de echarse a reír, pero como el tema era demasiado serio, reprimieron el impulso y esperaron sus siguientes palabras.
–Una joven puede desear tener diecinueve años para siempre, pero dentro de cuarenta o cincuenta estará tan arrugada como una ciruela pasada. Uno puede decir: «Gracias, paso», cuando se trata de enfermedades, pero es de carne y hueso y, naturalmente, se vuelve más frágil a medida que envejece. Esto también es inevitable.
»Ninguna filosofía ha dado nunca una solución completa y concreta a este problema ineludible. Por lo tanto, por mucho que la gente deseara vivir correctamente, no puede hacerlo. Al no poder encontrar la solución a esta cuestión última de la vida, a pesar de su desesperada especulación, algunos se dejan vencer. Otros buscan escapar en placeres temporales o se resignan a su destino. Nichiren Daishonin, sin embargo, dio una respuesta explícita al enigma más difícil de la existencia. Más aún, enseñó un medio concreto por el cual incluso la gente común puede establecer la clase de condición de vida en la que puede ver una solución clara para resolver este problema por sí misma. ¿Dónde se puede encontrar algo igual a esto?
»Por supuesto, puedes reflexionar sobre cuál es el modo de vida correcto si dispones de tiempo libre. Sin embargo, harías mejor en practicar las enseñanzas del Daishonin. Después de todo, aún eres joven. A través de tu propia práctica, llegarás a darte cuenta de que estás allanando el camino correcto de la vida. Te lo aseguro.
Toda habló con este joven de igual a igual, tratándolo como a un adulto. La actitud y el lenguaje de Toda eran realmente honestos.
Shin’ichi Yamamoto no sabía nada de budismo, pero le conmovió la sinceridad de Josei Toda. Él mismo tenía la tendencia de los jóvenes de aquella época de criticar por criticar. Pero, aunque sus sentimientos en ese momento eran complejos, Shin’ichi se sentía por alguna razón lleno de una profunda satisfacción.
En ese momento, llegó a su última decisión: «¡Qué respuestas concretas! No hay confusión en él. Creo que puedo confiar en este hombre».
De repente se levantó con determinación y dijo:
–Muchas gracias, señor Toda. Permítame recitarle un poema de mi determinación, como muestra de mi gratitud, aunque sea muy pobre...
Toda asintió en silencio. Todos se quedaron atónitos. Cerrando los ojos, Shin’ichi recitó resonantemente:
Viajero,
¿de dónde vienes?
¿y a dónde vas?
La luna se ha escondido
y el sol todavía no ha salido.
De la oscuridad que precede al amanecer,
avanzo en busca de luz.
Para disipar las oscuras nubes de mi mente,
para encontrar ese gran árbol
que la tormenta no derribó,
¡surjo de la Tierra!
Los participantes en la reunión aplaudieron. Estaban algo estupefactos: ¡qué joven tan extraño! Nunca habían visto a nadie recitar un poema en una reunión de diálogo, y no prestaron atención a su contenido. Sin embargo, al oír la última parte, Toda sonrió feliz.
Yamamoto, por supuesto, no sabía nada de los bodisatvas que emergieron de la tierra tal y como se describen en el Sutra del Loto. La última línea le había venido a la mente porque albergaba en su corazón el asombro ante la gran vitalidad de la naturaleza. De las ruinas calcinadas crecían ahora profusamente hierbas desconocidas y, con el paso del tiempo, surgían hojas verdes. [1]
CITAS
[1] IKEDA, Daisaku: The human revolution, California: World Tribune Press, 2004, vol. 2, cap. «Emerging from the Earth», pág. 218. Traducción tentativa.