Humanismo Soka
Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944) nació el 6 de junio de 1871 en el pueblo de Arahama. Su nombre era Choshichi. Cuando era pequeño, su padre partió a Hokkaido para trabajar. Sin embargo, a partir de entonces, nunca más se supo de él. Su madre se volvió a casar y envió a Choshichi a vivir junto a su tía y su esposo, Zendayu Makiguchi, del que tomó su apellido.
Choshichi fue a la escuela primaria, pero luego comenzó a trabajar con su padre adoptivo, por lo que tuvo que dejar sus estudios a pesar de su excelente desempeño. A sus trece años, quizás con la esperanza de encontrar a su padre, Choshichi Makiguchi se dirigió a Hokkaido, y allí trabajó realizando recados en la comisaría local, mientras leía y estudiaba extensamente todo lo que podía. Incluso se ganó la fama de «ratón de biblioteca».
Finalmente, logró ingresar en la Escuela Normal de Hokkaido, en donde el gobierno costeaba los gastos de los estudiantes, quienes a cambio luego de graduarse ejercían la docencia durante cierto tiempo. Se graduó y comenzó a enseñar en una escuela primaria, mientras también daba clases de Geografía, ciencia que le despertó un gran interés. Makiguchi tenía la convicción de que la finalidad de la Geografía era estudiar la relación entre el ambiente y el ser humano, y desarrolló sus investigaciones sobre cómo las características de una región influyen en la vida de las personas.
Cuando comenzó a dar clases, cambió su nombre por Tsunesaburo. En 1899, a sus veintiocho años, asumió como director suplente de la escuela primaria anexa a la Escuela Normal de Hokkaido. Por ese entonces, publicó su obra La geografía de la vida humana, que tiempo después fue altamente calificada por eminencias intelectuales de la época.
Fundó la Asociación Educativa Superior para Mujeres de Japón, que ofrecía cursos por correspondencia para jóvenes que deseaban continuar sus estudios superiores, pero que se veían impedidas por dificultades económicas.
En 1913, fue nombrado director de la Escuela Primaria Tosei. Estaba ubicada en un área de bajos recursos y los niños que asistían no podían costearse los útiles, por lo que Makiguchi realizaba compras mayoristas para ofrecerlos a las familias a un precio más económico. También se encargaba del turno noche, para aquellos niños que trabajaban durante el día. Makiguchi se preocupaba por todos sus estudiantes, y sobre todo por aquellos que estaban atravesando dificultades. Al regresar a sus hogares, llevaba a los pequeños en la espalda, y tomaba a los más grandes de la mano. Y cuando hacía mucho frío, calentaba agua y les lavaba las manos.
Para incentivar a las familias a enviar a sus hijos a la escuela, iba a visitar a los padres de los niños, que muchas veces no sabían leer ni escribir y que preferían que sus hijos comenzaran a trabajar para aportar en la economía del hogar. Les explicaba la importancia de la educación para el futuro de sus hijos, y, aunque al principio algunos se mostraban indiferentes, al escuchar la seriedad del educador, prometían apoyarlo y hacer lo posible para que sus hijos asistieran a clases.
Makiguchi sostenía que nadie ajeno a los asuntos pedagógicos debía intervenir valiéndose de su poder, por lo que se ganó enemistades en el transcurso de su profesión. Un político, fastidiado ante esta actitud de Makiguchi, abogó para excluirlo del puesto, y gestionó su traslado a la Escuela Primaria Nishimachi. Cuando se enteraron, los padres indignados no enviaron a sus hijos a la escuela, mientras que los profesores presentaron su renuncia a modo de huelga. Así y todo, no fueron escuchados, y Makiguchi se dirigió a la escuela de Nishimachi.
Allí conoció a Josei Toda, un joven profesor que se encontró con Makiguchi en busca de trabajo. Toda comenzó a trabajar allí, junto a él, en un empleo temporario, y decidió adoptar a Makiguchi como su maestro de vida.
Sin embargo, como Makiguchi no había realizado la normalizada visita de cortesía al político que había abogado por su traslado, éste se indignó de tal manera que en solo tres meses despojaron a Makiguchi de su puesto. Y, a pesar de la huelga realizada allí también por los maestros, enviaron a Makiguchi a la Escuela Primaria Mikasa, ubicada en una zona tan pobre que era considerada por el resto de los profesores como un «campo de ejecución».
Josei Toda pidió que lo trasladaran junto a él, y ambos se consagraron con todas sus fuerzas a la educación de los niños más pobres. Makiguchi, que nunca había buscado trabajar en una escuela de prestigio, se dedicó con pasión a encender la luz de la educación en la vida de todos los niños, e incluso se mudó dentro del predio escolar, que contaba con la asistencia de ochocientos alumnos, para estar a su completa disposición. Como muchos de ellos llegaban con hambre, Makiguchi les preparaba comidas que, al comienzo, pagaba desde su bolsillo, hasta que un benefactor ofreció costear estos gastos. La noticia de este revolucionario educador que ponía en práctica programas para alimentar a los niños recorrió el país a través de reconocidos periódicos. El foco de Makiguchi no estaba puesto simplemente en el desempeño académico de los niños, sino que abrigaba la convicción de que, a través de la educación, ellos podrían aprender a vivir existencias de verdadera felicidad. Su pensamiento siempre estuvo centrado en la felicidad de los niños, y así también concretó importantes logros en el ámbito educativo. Escribió: «El objetivo de la vida humana es la felicidad y, por lo tanto, también esta debe ser la meta de la educación».[1]
Llegó a la conclusión de que la felicidad consiste en la capacidad de «crear valor», un valor positivo para nosotros mismos y la sociedad que compartimos: somos felices en la medida en que contribuimos a la felicidad de los demás.
Su filosofía educativa se oponía al militarismo japonés que fue adquiriendo un tono cada vez más oscuro en la década de 1920, exhortando la consigna de consagrarse por la patria. Por ese entonces, Makiguchi conoció el budismo de Nichiren Daishonin. En él, descubrió que esta enseñanza daría un profundo sustento filosófico y una puesta en práctica a su teoría de la creación de valor, e infirió que una existencia dedicada al «bien mayor» es una en la que uno se conduce basándose en la eterna ley de causa y efecto, abrazando la fe y la práctica del budismo de Nichiren. En esto, concluyó, reside la clave de la felicidad.
Tiempo después, describiría con estas palabras sus reflexiones en ese momento: «Con alegría indescriptible, transformé la manera en que había vivido durante casi sesenta años. Desapareció por completo la inquietud con que había buscado respuestas a la vida, a tientas en la oscuridad, y transformé una larga tendencia a encerrarme en mis pensamientos; mis metas en la vida se volvieron más amplias y fecundas».[2]
Al respecto, el maestro Ikeda escribió: «Makiguchi sostenía que la felicidad personal, así como la prosperidad y la paz social, se encontraban dentro de una vida encaminada a la práctica del Bodisatva y al kosen-rufu. El irredimible afán de llevar felicidad a los niños lo había conducido al camino del bien fundamental del kosen-rufu».[3]
Junto a Josei Toda, en 1930 fundaron la Sociedad Pedagógica para la Creación de Valores (Soka Kyoiku Gakkai), que comenzó como un movimiento de educadores consagrados a la teoría educativa de Makiguchi, pero que terminó por convertirse en una organización budista, con el propósito de difundir las enseñanzas de Nichiren Daishonin y otorgarle a todas las personas la posibilidad de crear vidas absolutamente felices.
Por oponerse al gobierno militarista de la Segunda Guerra Mundial, que imponía el culto sintoísta a un talismán, maestro y discípulo fueron encarcelados en 1943. Cuando fue interrogado, Makiguchi afirmó: «Toda forma de vivir en la cual el hombre sea tan sensible a la alabanza o a la censura de la sociedad que termine por no hacer el bien, aun cuando no cometa el mal resulta, en última instancia, contraria a las enseñanzas del budismo».[4]
En cada interrogatorio, Makiguchi mantuvo la compostura y respondió a las autoridades con palabras directas, explicando su posición mediante razonamientos objetivos y principios morales.
Se le confirió una diminuta y solitaria celda. En invierno, el frío era atroz, y debía dormir en el suelo helado. Y, sin embargo, en esas circunstancias, escribía a su familia que no tenía ningún motivo de preocupación. «Por el momento, aun con los años que llevo a cuestas, este será el sitio donde cultivaré mi pensamiento»; «Al estar en confinamiento aislado, me es posible ponderar diversos asuntos en paz, que es como yo prefiero«; y «Hasta el infierno tiene sus deleites, según los ojos con que uno mire las cosas». [5] Se dice que solía alzar la voz desde su solitaria celda para preguntar a los demás prisioneros si estaban aburridos y proponerles contrarrestar la angustia emprendiendo debates. Incluso les explicaba los principios del budismo, con claridad y paciencia, a sus carceleros y policías que lo torturaban. Se consagró intensamente a la lectura y estudio cada día.
El 18 de noviembre de 1944, Makiguchi falleció en la cárcel a causa de la desnutrición y la vejez.
CITAS
[1] MAKIGUCHI, Tsunesaburo: Makiguchi Tsunesaburo Zenshu (Obras completas de Tsunesaburo Makiguchi), Tokio: Daisanbunmei-sha, 1987, vol. 10, pág. 20.
[3] Revista Humanismo Soka publicada en diciembre de 2019 por Soka Gakkai Internacional de la Argentina (SGIAR), pág. 49.
[4] Ib.
[5] Revista Humanismo Soka publicada en noviembre de 2020 por Soka Gakkai Internacional de la Argentina (SGIAR), pág. 11.