Humanismo Soka
¿En qué basamos nuestro juicio? Ya sea que se trate de evaluar a una persona, a un grupo o a un país, lo que debemos examinar es su corazón, su esencia íntima. El «corazón o esencia» es lo más importante, ya que en esta dimensión profunda quedan abarcados el presente, el pasado y el futuro.
Si uno no logra comprender correctamente a un individuo o a una sociedad, en un nivel esencial, jamás podrá trascender la simple observación de las apariencias externas. Para las personas de corazón puro y ardiente de entusiasmo, lo que aguarda es un futuro de desarrollo y de crecimiento. Por otro lado, por excelentes que parezcan las circunstancias actuales para las personas de actitud impura y especulativa, en verdad es como si ya hubieran comenzado el declive cuesta abajo.
Como en muchos sentidos no tenemos un corazón magnánimo y generoso, nos cuesta tanto comprender la vida de los demás. En consecuencia, sólo parecemos ir tras nuestros propios intereses, imponer nuestra posición sobre los demás y buscar obediencia a nuestras demandas. Y cuando las cosas no salen como esperamos, solemos montar en cólera. Por eso Japón no puede desarrollar un enfoque «globalista».
Según las investigaciones de los integrantes del Departamento de Estudio de Kansai, hay una escritura budista en la cual Shakyamuni utiliza la frase «el corazón es lo más importante», para analizar la forma correcta de llevar a cabo un funeral. Este sería, más o menos, el bosquejo del relato: [1]
Una vez, la persona más importante de una aldea le preguntó a Shakyamuni: «Oh, Gran Hombre, los brahmanes del oeste llevan a cabo funerales que elevan, pacifican y aplacan el espíritu del difunto y que le permiten ascender a los cielos. Oh, Gran Hombre, ¿podrías tú [también] hacer que todas las personas asciendan a los cielos después de su muerte?».
Para decirlo con palabras que reflejen el sentido común de esta época, el representante de la aldea creía firmemente que la felicidad después de la muerte dependía de las oraciones de los sacerdotes brahmanes.
Shakyamuni replicó: «Digamos que alguien arroja un enorme peñasco a un lago profundo. Supongamos que, entonces, muchas personas se reúnen alrededor del lago y juntan sus manos para orar del siguiente modo: “¡Oh, roca inmensa, levántate, asciende!". ¿Crees que la roca levitaría hasta la superficie, gracias al beneficio de sus oraciones?».
El hombre repuso: «Sería imposible...».
Entonces, Shakyamuni le dijo: «Oh, Jefe de la Aldea, digamos entonces que hay personas de naturaleza perversa, que destruyen la vida de los demás, que roban, se entregan a conductas licenciosas, mienten, difaman a la gente de bien, hacen daño con sus palabras, utilizan ardides para embaucar o defraudar a otros, muestran codicia, se dejan corromper y albergan ideas erradas. Cuando mueran, por muchos que se reúnan en su funeral, por muchos que unan las palmas de las manos para orar “¡Que renazcan en los cielos, que renazcan en los cielos!”, lo único cierto es que esa gente tendrá que renacer en malas condiciones. Por otro lado, digamos que alguien toma una tinaja llena de aceite valioso y la arroja al fondo de un lago profundo, donde se rompe. Lo natural, ante un caso así, será que el aceite suba a la superficie. Aunque muchos se congreguen a orar “¡Húndete, aceite, húndete!”, ¿crees probable que el aceite baje al fondo del lago?».
«Bueno, estoy seguro de que eso nunca ocurriría», respondió el hombre.
«Pues bien, Jefe de la Aldea, del mismo modo, digamos que un hombre venera la vida, comparte lo que tiene desinteresadamente con los demás, se abstiene de una conducta licenciosa, dice la verdad y no actúa con hipocresía, no engaña a otros, no se deja ganar por la codicia, cultiva un corazón misericordioso y alberga ideas correctas. Por muchos que se reúnan a orar para que esa persona caiga en un estado de Infierno, después de la muerte renacerá en circunstancias favorables».
Las enseñanzas originarias de esta religión enseñan que nuestros actos durante esta existencia son lo que determina nuestras circunstancias después de la muerte.
Por supuesto, en el Budismo también llevamos a cabo ceremonias fúnebres. Pero, aun en estos casos, lo que se comunica a la entidad de la vida de un difunto, lo que llega a su vida en forma de beneficios son las oraciones sinceras que ofrenda una persona a partir de mantener la fe en la Ley verdadera. Lo importante no es el aspecto ritual de la ceremonia. Se trata de comunicar un oleaje de amor y de buenos deseos, que parta del corazón de quien cree en la Ley Mística y llegue al corazón de otra persona.
Espero que las personas de fe vivan con la postura de «reyes y reinas sin corona», que no dependen de la autoridad ni del poder, ni de la riqueza económica.
Creo que fue Shakespeare quien dijo que el espíritu justo protege como una triple armadura, mientras que tener un corazón corrupto es como estar desnudo, aunque uno lleve una coraza de acero:
«¿Acaso hay armadura más fuerte que un corazón inmaculado? / Quien libra justa lucha tres veces marcha acorazado, / mas anda desnudo, aun de aceros guarecido,/ aquel cuya conciencia la injusticia ha envilecido». [2]
En sus escritos, Nichiren Daishonin cita las palabras de los grandes maestros T'ien-t'ai y Miao-lo, quienes señalan respectivamente: «El corazón es amo del cuerpo» y «Cuanto mayor es nuestra fe, mayor es la protección de las deidades [budistas]» [3].
Ya que nosotros, los miembros de la SGI, poseemos un corazón firmemente consagrado al ideal del kosen-rufu, disfrutamos la continua protección de las funciones positivas del universo, llamadas simbólicamente «deidades budistas». Estas fuerzas protectoras también se activan para dar un respaldo serio y sincero a aquellos que, en su fuero más íntimo, han decidido resueltamente apoyar a quienes luchan por el kosen- rufu. Este es el compromiso absoluto de Nichiren Daishonin. Y también fue la convicción más grande de mi mentor, el segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda.
CITAS
1 Extraído de Nanden Daizokyo, edit. por J. Takakusu, Taisho Issaikyo Publishing Society, Tokio, 1971, vol. 16, libro I, págs. 10-13.
2 SHAKESPEARE, William: King Henry VI (Enrique VI), Parte II, Acto III, Escena II, versos 32-35.
3 Gosho Zenshu, pág. 979