Humanismo Soka
La historia de la bomba atómica
Durante la Segunda Guerra Mundial, entre la Alemania nazi y Estados Unidos se desplegó una carrera armamentista por desarrollar la mayor arma de destrucción jamás conocida, la bomba atómica. Mientras que el físico teórico Werner Heisenberg lideraba el proyecto en Alemania, Robert Oppenheimer lo hacía en Estados Unidos. Ambos países, al desarrollar las teorías físicas expuestas por Albert Einstein, descubren que la división nuclear es posible, y, por lo tanto, también lo son las armas que planeaban construir.
Todo había comenzado cuando Einstein comenzó a temer que los nazis utilizaran el avance de los conocimientos físicos para construir dichas armas, y firmó una carta dirigida al presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, quien decide entonces no quedarse atrás y crea el secreto Proyecto Manhattan. Años más tarde, se sabría que el haber enviado aquella carta fue uno de los arrepentimientos más grandes de Albert Einstein, quien lamentaba profundamente que se utilizara la ciencia para la destrucción en lugar de que sea una fuente de impulso positivo para el progreso humano.
Para realizar el Proyecto Manhattan, el gobierno estadounidense construyó un pueblo en una zona rural y convocó así a sus mentes más brillantes. Oppenheimer aceptó el rol como director del proyecto, y lograron avances inusitados en tiempo récord. El equipo de Heisenberg, por su parte, no se quedó atrás y avanzó a pasos agigantados. Pero en mayo de 1945, cuando los alemanes se rindieron, los científicos del proyecto fueron capturados. Una vez que esto sucedió, ¿por qué el Proyecto Manhattan prosigue?
Como Japón todavía no se había rendido, Estados Unidos decide que creará el arma que acabará con la Segunda Guerra Mundial. Tres años después del inicio del proyecto, se realiza la prueba en la que saldrá a la luz la verdad. Algunos de los temores de los científicos ante el poder destructivo de esta arma desconocida referían a que la misma generara un incendio en la atmósfera que se propagara al planeta entero y terminara con el mundo, que la radiación sea tan potente que les dañara a la salud a ellos mismos, o que la luz que se emita sea tal que los dejara temporalmente ciegos. Finalmente, la prueba demuestra que la bomba funcionaba. En una entrevista dada años más tarde, Oppenheimer refirió a aquel momento: «Sabíamos que el mundo no volvería a ser igual. Algunas personas rieron. Algunas lloraron. La mayoría estaban en silencio. Yo recordé una línea de una escritura hindú que dice “Ahora me he convertido en la muerte. El destructor de mundos”». [1]
Construyeron entonces la bomba llamada Little Boy, que se utilizaría para atacar la ciudad de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Para demostrar el alcance de la bomba, decidieron tirarla sobre el corazón del área urbana que permanecía intacta. En un segundo, la temperatura de la ciudad alcanzó el millón de grados centígrados y 80.000 personas murieron en el acto. Muchas se evaporaron, algunas dejando impresa en la pared o en el suelo su sombra. Se incendió el aire, creando una bola de fuego de más un diámetro de doscientos cincuenta y seis metros, que, en un segundo, ya había recorrido doscientos setenta y cuatro metros cuadrados. 50.000 personas fallecieron los días posteriores a causa de las graves secuelas del impacto o la radiación. Como Japón no se rindió luego de la devastación de Hiroshima, tres días después Estados Unidos lanzó sobre Nagasaki una segunda bomba atómica, a la que llamaron Fat Boy, que tuvo también resultados catastróficos sobre la vida de las personas de la ciudad.

Oppenheimer, quien falleció a los 62 años por cáncer de garganta. Dos años antes de su muerte, trazó una distinción que separaba la ciencia de la poesía: Su diferencia es que «la ciencia es el negocio de aprender a no volver a cometer el mismo error».
La contradicción de Oppenheimer
Cuando Oppenheimer comprendió el impacto de sus acciones, una gran contradicción invadió su interior: ¿hizo lo correcto al crear la bomba atómica? Comenzó a preguntarse si realmente fue necesario, mirando a su alrededor cómo todos celebraban que habían «ganado» la guerra a costa de las vidas de tantos seres humanos. Como muestra la película, cuando Oppenheimer se reunió con el entonces presidente Harry S. Truman, le dijo que sentía que «tenía sangre en sus manos», a lo que Truman, ofreciéndole un pañuelo, simplemente le respondió que a nadie le importaba quién había construido el arma, sino quién la había tirado.
La película Oppenheimer sigue a este científico en sus descubrimientos, incertidumbres, dudas y decisiones. Su director Christopher Nolan explicó que en algunas escenas utilizó el blanco y negro para mostrar el punto de vista del político Lewis Strauss, interpretado por Robert Downey Jr., quien ofrece una mirada más «objetiva» del protagonista, mientras que las escenas a color muestran la subjetividad de Oppenheimer, buscando que el espectador pueda ir viviendo junto a él sus experiencias para poder comprender qué lo llevó a elegir el camino de la destrucción. De cierta manera, uno llega a pensar que su triunfo fue trágico.

(Imagen: Universal Pictures)
La historia recorre la vida de un hombre que durante su juventud simpatizaba y adhería con ideas de izquierda, pero que termina siendo considerado como el «padre de la bomba atómica». También muestra su recorrido posterior a la creación de la bomba, su desprestigio social y político, y en algunos casos el odio que algunos le tuvieron por distintos motivos.
Viajando entre el presente y distintas líneas narrativas del pasado, la película, cuya duración es de tres horas, envuelve al espectador en reflexiones y sensaciones, con imágenes magníficas y un uso del sonido y el silencio completamente innovador. Al finalizar la película, uno tiene la impresión de haber tenido un largo sueño, cuyas profundas emociones invitan a repensar nuestras convicciones.
Cuando se muestra un encuentro entre Einstein y Oppenheimer, años después de Hiroshima y Nagasaki, éste último le recuerda sobre aquel temor que habían tenido de que la bomba ocasionara un incendio de toda la atmósfera del planeta Tierra, cuya probabilidad científica seguía siendo un hecho: «Cuando vine a usted con esos cálculos, pensamos que quizá iniciaríamos una reacción en cadena que destruiría el mundo entero», le dice. Einstein responde, entonces, «Lo recuerdo bien. ¿Y qué con eso?». «Creo que lo hicimos», afirma entonces Oppenheimer.

(Imagen: Universal Pictures)
Orientar el conocimiento desde la sabiduría
Una de las reflexiones fundamentales que trazan el eje de la narración es el rol que la ciencia ocupa para la humanidad. ¿De qué manera los avances científicos son un aporte positivo para las personas en sus vidas? ¿Por qué el conocimiento puede llevar a la completa destrucción? El segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda, solía afirmar que uno de los problemas más graves de la sociedad moderna es confundir el conocimiento con la sabiduría. El maestro Daisaku Ikeda expresó: «Una de las causas del caos que vive hoy el Japón es que se confunde constantemente conocimiento con sabiduría. Solo la sabiduría nos permite hacer buen uso del conocimiento que hemos adquirido. De nada sirve acumular montañas de saber, cuando carecemos de buen sentido y de sensatez para aplicar todo lo que sabemos. Sin sabiduría no se puede generar nada valioso. Una sociedad que solo le da importancia al conocimiento, pero que carece de sabiduría, se encontrará, tarde o temprano, en un callejón sin salida». [2] En otra ocasión, afirmó también: «La relación entre el conocimiento y la sabiduría se puede comparar con la que hay entre el agua y la bomba. Es decir que el conocimiento es una bomba que extrae el agua de la sabiduría. Es un medio para hacer que aflore la sabiduría. Sin embargo, la gente de hoy en día le da demasiada importancia al conocimiento y a la tecnología, pero se olvida de cultivar la sabiduría esencial, cuando ésta es, en realidad, la fuente de la felicidad genuina». [3] Es decir, para construir vidas felices y una sociedad pacífica, los conocimientos y la sabiduría deben existir a la par. Esta es una reflexión que podemos hacer luego de ver Oppenheimer. Porque, ¿de qué sirve todo el conocimiento del mundo si su fin lleva a la aniquilación del ser humano?

(Imagen: Universal Pictures)
Una declaración al mundo contra el uso de las armas nucleares
En un ensayo, el maestro Ikeda expresó:
«Bajo un cielo azul despejado y la brisa refrescante posterior a un tifón, el maestro Toda se paró frente a cincuenta mil miembros y anunció el primero de sus preceptos finales, su Declaración por la Abolición de las Armas Nucleares; y les confió a los jóvenes la misión de difundir su mensaje por todo el mundo.
El quid de su declaración yace en enfatizar y exponer claramente la necesidad de erradicar las “garras ocultas en las mismísimas profundidades” de la idea de utilizar armas nucleares: en otras palabras, las tendencias diabólicas inherentes a la vida.
En su declaración, Toda expresaba:
Nosotros, los ciudadanos del mundo, tenemos el derecho inalienable a la vida. Todo aquel que intente poner en peligro este derecho merece ser considerado una manifestación del mal, un ser abominable, un monstruo.
¡Jóvenes! ¡Pidan justicia en voz alta, cada vez más fuerte y con mayor amplitud! ¡Jóvenes de la SGI del nuevo siglo! ¡Resueltamente, extiendan al mundo, al futuro, nuestra alianza por una paz duradera!». [4]
El maestro Ikeda, en respuesta al pedido de su mentor, una y otra vez, a lo largo de su vida, expuso la amenaza que representa la existencia misma de las armas nucleares para todos los seres humanos del mundo. Abogando por la paz, durante cuarenta años escribió Propuestas de Paz que envió a la ONU, tratando sobre diversas problemáticas de la actualidad. La necesidad imperiosa del desarme nuclear fue una de las temáticas más recurrentes.
En una oportunidad, expresó: «La paz y la seguridad son el interés primordial y superior de cada país y de sus habitantes. La pregunta que cabe formular, en vista de la naturaleza inhumana de las armas nucleares, es si la posesión continua de estas armas es realmente necesaria para la seguridad nacional. Cualquier uso de armas nucleares, con su consabida represalia, provocaría consecuencias catastróficas que superarían todo intento de contener o de paliar el daño. Por otro lado, los estragos atravesarían las fronteras nacionales y se prolongarían en el tiempo, a lo largo del futuro. Ya no se puede debatir o tomar decisiones sobre las armas nucleares considerando únicamente las necesidades de seguridad de un solo país. El punto de partida debe ser la paz de la humanidad en su conjunto y el derecho colectivo a la vida de todos los pueblos del mundo; esta ha de ser la base sobre la cual trabajar para eliminar las armas nucleares y desarrollar un nuevo paradigma de seguridad para el siglo XXI. La esencia de la cuestión no es la disputa entre Estados con armas nucleares y Estados que aún no las tienen; lejos de ello, es la disputa entre la amenaza de las armas nucleares y el derecho del género humano a la supervivencia. Esta es la nueva conciencia que necesita anidar en la población del mundo, y estoy convencido de que la fuerza que impulsará esta clase de cambio se encuentra en la movilización global de las voces de la sociedad civil». [5]
Oppenheimer es la épica dolorosa de un científico que, en nombre del progreso, fue generador de la mayor destrucción que padeció la humanidad. Como ilustra la película, la culpa y el arrepentimiento embargaron lo que quedó de su vida: el peso de tantas vidas preciadas que se perdieron, y la terrible posibilidad de la repetición de esta tragedia pesaron sobre sus hombros. En el marco de este 80.° aniversario de los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki tenemos la oportunidad de reflexionar y tomar una profunda decisión sobre la urgente necesidad de la abolición de las armar nucleares.
CITAS
[1] Véase: https://youtu.be/lb13ynu3Iac
[2] IKEDA, Daisaku:
[3] IKEDA, Daisaku: LA SABIDURÍA ES FUENTE DE FELICIDAD, discurso pronunciado
durante la reunión de la SGI del Reino Unido, realizada en Londres, Inglaterra, el 9 de junio de 1994.
[4] IKEDA, Daisaku: Reflexiones sobre La nueva revolución humana: Pensamientos en el aniversario de la “Declaración para la Abolición de las Armas Nucleares”, de Josei Toda, publicado el 7 de septiembre de 2001 del Diario Seikyo, periódico de la Soka Gakkai.