Menú

«CRÓNICA DE MI VIDA: Propuestas para el Parlamento de la Humanidad» PARTE 1 | Ensayo del maestro Ikeda

«CRÓNICA DE MI VIDA: Propuestas para el Parlamento de la Humanidad» PARTE 1 | Ensayo del maestro Ikeda

«CRÓNICA DE MI VIDA: Propuestas para el Parlamento de la Humanidad» PARTE 1 | Ensayo del maestro Ikeda

Humanismo Soka

jueves, 25 de septiembre de 2025

jueves, 25 de septiembre de 2025

Durante más de cuarenta años, el maestro Daisaku Ikeda presentó propuestas a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con el propósito de plantear las problemáticas de la actualidad y ofrecer soluciones concretas, desde la esclarecedora perspectiva del budismo de Nichiren Daishonin. El 14 de octubre de 1960, unos meses después de haber asumido la tercera presidencia de la Soka Gakkai, el joven Ikeda realizó por primera vez un viaje a ultramar, con el deseo de abrir caminos de paz en todo el orbe. En aquel viaje, visitó por primera vez la sede de la ONU ubicada en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos. A continuación, compartimos la primera parte del ensayo «Propuestas para el Parlamento de la Humanidad», de la serie «Crónica de mi vida», escrita por el maestro Ikeda en agosto del año 2000.

Durante más de cuarenta años, el maestro Daisaku Ikeda presentó propuestas a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con el propósito de plantear las problemáticas de la actualidad y ofrecer soluciones concretas, desde la esclarecedora perspectiva del budismo de Nichiren Daishonin. El 14 de octubre de 1960, unos meses después de haber asumido la tercera presidencia de la Soka Gakkai, el joven Ikeda realizó por primera vez un viaje a ultramar, con el deseo de abrir caminos de paz en todo el orbe. En aquel viaje, visitó por primera vez la sede de la ONU ubicada en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos. A continuación, compartimos la primera parte del ensayo «Propuestas para el Parlamento de la Humanidad», de la serie «Crónica de mi vida», escrita por el maestro Ikeda en agosto del año 2000.

Durante más de cuarenta años, el maestro Daisaku Ikeda presentó propuestas a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con el propósito de plantear las problemáticas de la actualidad y ofrecer soluciones concretas, desde la esclarecedora perspectiva del budismo de Nichiren Daishonin. El 14 de octubre de 1960, unos meses después de haber asumido la tercera presidencia de la Soka Gakkai, el joven Ikeda realizó por primera vez un viaje a ultramar, con el deseo de abrir caminos de paz en todo el orbe. En aquel viaje, visitó por primera vez la sede de la ONU ubicada en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos. A continuación, compartimos la primera parte del ensayo «Propuestas para el Parlamento de la Humanidad», de la serie «Crónica de mi vida», escrita por el maestro Ikeda en agosto del año 2000.

Propuestas para el Parlamento de la Humanidad

La brisa otoñal soplaba entre los rascacielos, y agitaba la superficie del río Hudson. Los árboles del Central Park evocaban en mi mente la imagen del viejo Musashino. [1] En rotundo contraste con esa poesía tan viva, las numerosas banderas nacionales que abrazaban el parlamento de la humanidad constituían una imagen de cierta desolación.

Era un 14 de octubre de 1960. Yo hacía mi primera visita a la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York. Como en ese momento estaba en sesión regular la 15ª Asamblea General de la ONU, tuve oportunidad de presenciar la deliberación plenaria y la del comité. 

En especial, me impresionaron los representantes de diversos estados africanos, por la expresión vibrante y los movimientos llenos de energía con que atravesaban la sala de conferencias y los vestíbulos. Los países de África, a poco de haberse emancipado en aquellos tiempos, se veían enfrentados a difíciles problemas, de índole política y económica, pero también referidos a la educación y a los derechos humanos. Sin embargo, muchos de los líderes que ví aquel día irradiaban una energía juvenil y entusiasta, y transmitían el orgullo de haber recuperado su independencia.

Desde esta Asamblea General, se transmitió a todo el mundo la imagen de Nikita Krushchev (1894-1971), el entonces primer ministro soviético, sacudiendo sus grandes brazos en el estrado y descargando puñetazos sobre la mesa en su dura condena a los Estados Unidos y al bloque occidental. También salió al aire la réplica de los representantes de Occidente, quienes tomaron el ataque de Krushchev como una provocación deliberada.

Faltaban aún dos años para que estallara, en Cuba, la crisis de los misiles (en octubre de 1962) que tuvo en vilo al mundo entero. Las tensiones entre los bloques oriental y occidental, que parecían ir aliviándose, de pronto recrudecieron con toda virulencia; el choque glacial de ideologías volvía a la carga. Al ver el caos que terminó adueñándose de la sesión, el presidente hizo sonar su martillo y llamó a un intermedio. Pero su furia fue tal, que el objeto se partió en el golpe.

Visité la sede central de la ONU un día después de que  Krushchev y su comitiva regresaran a su país. En ese momento, pensé: «La Guerra Fría entre Oriente y Occidente ha vuelto a tenernos en vilo. Pero aunque todavía no veamos ninguna salida, seguramente llegará el día… ¡no!, sin falta tiene que llegar el día en que esto acabe».

Aquel fue mi primer viaje al extranjero. La Soka Gakkai aún no gozaba de reconocimiento internacional. Era el comienzo de nuestras actividades en el escenario mundial. No obstante, yo estaba resuelto a construir un movimiento pacifista popular, para que ese sueño se tornara realidad.

Tiempo después, en coincidencia con la inauguración de la SGI, en enero de 1975, comenzamos a promover actividades en apoyo a las Naciones Unidas. Ese mismo mes, volví a visitar la sede de la ONU para presentar un petitorio con diez millones de firmas recabadas por el Departamento de Jóvenes de la Soka Gakkai reclamando la abolición de las armas nucleares. Las firmas habían sido solicitadas cuando el recuerdo de la gente sobre los bombardeos nucleares de Hiroshima y de Nagasaki comenzaba a desvanecerse. El fardo con las hojas que portaban estos diez millones de firmas medía sesenta y seis metros de altura en total. Hizo falta encuadernar 1144 volúmenes para contenerlas a todas. En la ONU, yo mismo presenté, en persona, tres de estos volúmenes al Secretario General.

También presenté propuestas, en tres ocasiones distintas, destinadas a las sesiones especiales de la Asamblea General de la ONU sobre Desarme, la primera de las cuales tuvo lugar en 1978. En la propuesta que presenté en junio de 1988, para la tercera sesión especial, invité a tomar iniciativas con miras a una «Década de la ONU para la paz y el desarme», para el inicio del siglo XXI. El propósito era incrementar la conciencia pública sobre la cuestión del desarme y dar pasos concretos con miras a su concreción. Además, propuse que se creara un Ministerio de la Paz en cada país, para formar corrientes de opinión pública en favor de esta meta anhelada. Soy un simple ciudadano, pero el deseo que motivó estas propuestas fue dar mi apoyo a la tarea que está emprendiendo la ONU para reducir los armamentos en todo el mundo, expresando lo que sentía necesario decir.

Han pasado muchos años desde mi primera visita a la sede central de la ONU. Este organismo internacional por fin ha empezado a reconocer la importancia de las organizaciones no gubernamentales (ONG), cuyo propósito es defender los intereses de la humanidad, más allá de los límites que imponen los intereses de las naciones. Las cosas han cambiado tanto, que hoy la cúpula de las Naciones Unidas escucha las sugerencias de los ciudadanos particulares.

Por mi parte, tuve oportunidad de reunirme a dialogar con varios secretarios generales de la ONU. Uno de ellos fue el doctor Javier Pérez de Cuéllar, quinto mandatario (1982 y 1991), hombre que exuda auténtica nobleza y sinceridad. Cuando nos encontramos en Tokio, en noviembre de 1990, recité un poema del Perú, su país natal, con el deseo de hacerle olvidar por un instante su trabajo agotador. En respuesta, elogió la belleza de los haiku japoneses.

También me encontré,  varias veces,  con el doctor  Boutros  Boutros-Ghali, sexto secretario general de la ONU (1992-1996). Este hombre dice haber pasado la mitad de su vida con la visión del Nilo ante sus ojos. Es una persona optimista y de tenaz voluntad. Sus ojos brillantes, que parecen sonreír en todo momento, han de ser seguramente un don del río imponente.

Tuve oportunidad de reunirme con cada uno de estos dos ex secretarios generales en cuatro ocasiones.

Las expectativas de mi mentor en la ONU

Es por una singular coincidencia que mi maestro Josei Toda fue liberado de su encarcelamiento (un 3 de julio de 1945) en una fecha muy cercana a la firma de la Carta de las Naciones Unidas (el 26 de junio del mismo año). El maestro Toda, propulsor del concepto de la ciudadanía mundial [2], comprendía claramente la necesidad de fundar organizaciones que trascendieran el marco de los estados; por eso, tenía grandes expectativas en las Naciones Unidas. «La ONU cristaliza la sabiduría del siglo XX», decía con firmeza. «Debemos proteger y cultivar resueltamente este bastión de la esperanza, en bien del siglo venidero». 

El maestro Toda había observado atentamente el distanciamiento del Japón de la Liga de las Naciones (en 1933) y su avance decidido hacia la guerra. También había sufrido la pérdida de su propio mentor, Tsunesaburo Makiguchi, muerto en prisión luego de un encarcelamiento impuesto por el gobierno en nombre de la Ley de Preservación de la Paz, que pretendía controlar las ideas de la población para hacer posible su proyecto bélico. Por ese motivo, probablemente, sus expectativas hacia la ONU fuesen tan grandes y nobles.

Como practicante budista y discípulo dispuesto a concretar la voluntad de su maestro, vine promoviendo sin cesar la importancia de la ONU como organismo central de gobierno para el mundo entero. Muchos de los intelectuales y líderes mundiales con los que he podido dialogar a lo largo de los años también se mostraron partidarios de la misma idea. Entre ellos, André Malraux (1901-1976), el pensador y activista francés de quien se dice que vivió cien vidas, por sus múltiples logros. Con un brillo acerado en sus ojos verdes, lo escuché decir: «La ONU es un escenario de espectros». Con esta cáustica expresión, expresaba su deseo de que la ONU trabajara activamente por la paz mundial.

Y también Arnold J. Toynbee (1889-1975), con quien me reuní en su piso de Oakwood Court, en Londres. La serena luz de mayo parecía envolverlo todo. Nos sentamos uno al lado del otro, en el sofá de su recibidor. En determinado momento, el doctor Toynbee me palmeó la rodilla y declaró con voz firme: «Las Naciones Unidas quizá en muchos aspectos todavía sean una institución incompleta, pero son nuestra única esperanza de paz. La única forma de unificar a la humanidad y de procurar armonía entre los pueblos es apoyar y fomentar el desarrollo de la ONU, con paciencia y tenacidad». 

Y también recuerdo al empresario norteamericano Armand Hammer (1898-1990), incesante viajero alrededor del globo, dedicado a tender puentes entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Hablaba con fervor sobre la necesidad de reducir tensiones entre Oriente y Occidente, y sobre sus expectativas en las Naciones Unidas. Este gran hombre, de más de noventa años, ardía de pasión intensa. 

Hacía frío la noche en que nos reunimos. Como él había nacido en Rusia, comentó en son de broma: «En una noche como ésta, uno quiere un samovar». También recuerdo otro encuentro, a comienzos de verano, cuando el doctor Hammer, de paso en Japón, alquiló un helicóptero desde el Aeropuerto Internacional de Narita para venir a verme a la Universidad Soka.

CITAS

[1] Musashino: Área de Tokio occidental conocida antaño por su belleza natural. 

[2] En una reunión de jóvenes, en febrero de 1952, el maestro Toda declaró que la extensión de su pensamiento yacía en la idea de una ciudadanía mundial, entendida como filosofía de humanismo universal que trasciende todas las diferencias de nacionalidad, etnia e ideología. 

© Humanismo Soka - 2024

© Humanismo Soka - 2024

© Humanismo Soka - 2024