Humanismo Soka
Cortar las cadenas del odio
Estamos ingresando en un período de cambios en las relaciones internacionales cooperativas, cuyo centro es la ONU. Por ejemplo, cuando se fundó este organismo, el ideal de la autodeterminación étnica era la tierra prometida de eterno fulgor. Pero ahora, estos grupos étnicos son objeto de controversia, y en diversas regiones del globo están surgiendo conflictos armados debido al choque entre etnias. Todo esto da lugar a que nos preguntemos si basta con crear fronteras en torno a grupos étnicos individuales.
Como hemos visto en el caso de la ex Yugoslavia, el ideal de la independencia étnica se convirtió, al mismo tiempo, en la tragedia de la posguerra fría. Fuimos testigos de escenarios semejantes en numerosas ocasiones. La ecuación es más o menos así: el grupo étnico B ha sido controlado, durante un largo tiempo, por el grupo étnico A. Cuando el grupo B accede al gobierno o al estatuto de nación, inicia la «depuración étnica» contra el grupo A, para que el territorio recién adquirido quede «limpio» de habitantes de la etnia enemiga.
En determinado punto, esta cadena de odio tiene que cortarse. Desde luego, es natural que las personas que han sufrido opresión deseen concretar su independencia. Pero no debemos olvidar la tragedia subsecuente que se genera, cuando el objetivo único y absoluto de la independencia étnica es el establecimiento de una nación.
¿Podemos decir realmente que en áreas como Sarajevo y Kosovo, donde nos tocó ver enfrentamientos armados tan destructivos, las relaciones siempre habían sido tensas? En mi diálogo con el doctor Majid Tehranian, de la Universidad de Hawai, publicado en el mensuario japonés Ushio, [1] analizamos en detalle esta cuestión. Lo que observamos fue que casi todas las regiones que hoy están sufriendo complejas luchas étnicas fueron, en otro tiempo, sitios donde diversos grupos étnicos supieron convivir en paz.
El escritor Ivo Andric, laureado con el Premio Nobel (1892-1975), nativo de la ex Yugoslavia, escribe lo siguiente acerca de Sarajevo:
Es noche cerrada en Sarajevo. Primero se oye el reloj de la iglesia católica que, lúgubremente, da las dos. Un minuto después, la iglesia ortodoxa oriental anuncia débilmente las dos. Y, poco después, el reloj de la torre de la mezquita dobla crudamente las once, hora de la Meca. Los judíos, de sinagoga sin campanas, viven de acuerdo con su propio tiempo. [2]
Hace diez años, el mismo Sarajevo que hoy es símbolo de los conflictos étnicos era emblema de la armonía interracial.
Es un hecho histórico que, antaño, los musulmanes de la ex Yugoslavia obsequiaron a los católicos con una iglesia, dado que éstos no poseían medios propios con que fundar un templo. También en Córdoba, antigua capital de España, en la época en que los musulmanes unificaron el país, la mezquita de la ciudad congregaba a los islámicos los viernes, y a los cristianos los domingos. Se suele creer que el Islamismo y la Cristiandad son enemigos mortales, pero si examinamos la historia desde una perspectiva amplia, ha sido mucho más largo el tiempo en que las cosas fueron exactamente lo contrario.
En realidad, los pueblos siempre encontraron maneras de superar las diferencias étnicas, de apoyarse y ayudarse en el transcurso de la vida cotidiana. Reconstruir este espíritu original de cooperación entre las filas del pueblo, ¿no podría ser un objetivo de las gestiones de asistencia que emprende la ONU? Imponer la lógica de las supuestas «naciones avanzadas» sobre las demás sólo servirá, seguramente, para amplificar las distorsiones de la sociedad.
El conocido activista social Frantz Fanon ha dicho que todas las reformas deben tener raíz en la vida y en la conciencia del pueblo. Escribe:
Si construir un puente no enriquece la conciencia de aquellos que trabajan en él, ese puente no debería erigirse; en tal caso, bien harían los ciudadanos en seguir cruzando el río a nado o en bote. Ese puente no debería “caer del cielo” sobre una población; por el contrario, debería ser fruto de los músculos y la mente de los ciudadanos. [3]
Lo que conduce a un mundo sin guerras es una sociedad cuyos habitantes participan activamente en los sucesos de la vida cotidiana, disfrutan de una conciencia cada vez más clara y crean valor. Los proyectos de cooperación y de asistencia internacional, en el futuro, no deben trazarse sin tener en cuenta el punto de vista de la gente en sus asuntos cotidianos.
CITAS
[1] Nijuisseiki e no sentaku (Opciones para el siglo XXI). Actualmente sólo existe edición en japonés.
[2] Trad. del japonés: Ivo Andric, Saraebo no Kane (Bells of Sarajevo [Las campanas de Sarajevo]), Tokio, Kobunsha, 1997, p. 200.
[3] FANON, Frantz: The Wretched of the Earth, trad. al inglés por Constance Farrington, Penguin Books, Inglaterra, 1967, pág. 162.









