Humanismo Soka
«Invito al lector a considerar mis escritos sobre el renacimiento de una nueva ciencia empírica de la educación, íntima e integralmente relacionada con la realidad de la vida intelectual». [1] Estas palabras escritas por Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944), docente, pedagogo y presidente fundador de la Soka Gakkai, están plasmadas en el prefacio de su obra culminante sobre la educación Sistema pedagógico para la creación de valores.
Makiguchi fue un maestro reconocido por su bondad y consideración, dedicado a promover un enfoque pedagógico humanista y centrado en los alumnos. Su preocupación principal fue la reforma del sistema educativo que, en su vasta experiencia docente, desalentaba el pensamiento autónomo y limitaba el crecimiento y la creatividad de los estudiantes. Creía firmemente que la razón de ser de la educación no era servir a las necesidades del Estado o del sistema social, sino contribuir a la felicidad de los educandos. Al tiempo, fue detenido por las autoridades por su oposición a las políticas del régimen militar y encarcelado como prisionero ideológico en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y falleció en prisión a sus 73 años.
A lo largo de su carrera como docente y director de varias escuelas, Makiguchi escribió numerosos apuntes y reflexiones sobre la teoría y la práctica pedagógica, que fueron dando forma a una filosofía de la educación original y profundamente humanista. El 18 de noviembre de 1930, con la colaboración de su colega Josei Toda –quien más tarde sería el segundo presidente de la Soka Gakkai–, publicó su teoría educativa conocida como Soka Kyoikugaku Taikei (Sistema pedagógico para la creación de valores) y este año se conmemoran 95 años desde su publicación. El maestro Ikeda expresó al respecto:
«Para crear un orden mundial humanístico, que asegure una paz duradera y permita a cada individuo vivir del modo más significativo posible, primero tenemos que emprender reformas elementales en el sistema educacional. Espero que este libro contribuya a esclarecer los problemas que hoy enfrentan los docentes y que los ayude a configurar sistemas y procedimientos educativos más eficaces para el futuro». [2]
En este marco, y a lo largo de las siguientes entregas, compartiremos extractos de su teoría pedagógica, publicada en el libro Educación para una vida creativa (2016), cuyas reflexiones, vigentes en la actualidad, despiertan un gran interés en todo el mundo.

El volumen 2 de «El sistema pedagógico para la creación de valores», titulado «Parte 3: Teoría de los Valores» (propiedad de Jinno Harumi), fue confiscado por la Policía Superior Especial durante la guerra. El maestro Makiguchi defendía la importancia de crear valores basados en «belleza, beneficio y bondad», en contraposición a la clasificación tradicional de valores basada en «verdad, bondad y belleza». (Imagen: Seikyo Shimbun).
Fragmentos de El sistema pedagógico para la creación de valores
El valor y la educación
Tanto la teoría educativa como la Economía, así como las ramas de las Ciencias Sociales, hallan su objeto de estudio en el valor. Sin embargo, con la educación, la cuestión del valor se torna, en todo caso, mucho más difícil.
Creo que el esfuerzo es imprescindible, si queremos hallar el sentido de la educación. O, mejor dicho, si queremos crear un sistema educativo que tenga sentido para las personas. La vida humana es un proceso de creación de valores; la educación, por tanto, debería encaminarnos hacia dicho fin. De tal suerte, la práctica pedagógica tendría que promover la creación de valores. El punto es de importancia crucial; cuanto más reflexionamos sobre él dentro de un contexto social, más trascendente se vuelve el esclarecimiento conceptual del valor.
De la creación de valor surge la dignidad humana. Un académico ha llegado a sostener que la creación de valor es la forma suprema de actividad humana. Todos tienen un papel que desempeñar en el escenario de la labor humana para crear valores que respondan a la exigencia inagotable de la vida. No hay necesidad de lamentarse por los errores del pasado; en cambio, los educadores deberían incrementar su empeño en revitalizar la educación, para que ésta fomente la participación activa de los seres humanos en la creación de valores.
No es difícil darse cuenta de que, para bien o para mal, todos estamos aquí con el fin de aprender. Tal el caso, existen todas las razones para elegir una educación que nos sirva para mejorar. Ya hemos visto que todos vivimos buscando con diversos grados de conciencia la felicidad, la satisfacción profunda, la realización personal, metas que configuran el propósito de la educación. Vivir para concretar al máximo el potencial de cada uno es adquirir y desplegar valores. El propósito de la educación yace en ayudarnos, para que aprendamos a vivir como creadores de valor.
La consideración del valor no debería detenerse en especulaciones filosóficas, pues aquella puede brindar principios que también determinen la dirección de la labor educativa. Una auténtica educación debe referirse a la vida, la vida tal como la experimentan los educandos. Por no haberlo hecho, la educación se ha vuelto ineficaz e irrelevante. El valor es una preocupación de la vida real que se aplica a la vida real. Los educadores deben reconocer qué importante es el valor, tanto para la vida humana como para el aprendizaje.
El valor como concepto
El valor representa una expresión cuantitativa de la relación entre el sujeto que evalúa y el objeto de la evaluación, lo cual se traduce, en macro y en microeconomía, como la relación entre el costo y el beneficio público o privado. Un mismo objeto puede representar beneficio o pérdida, un bien o un mal, según el ángulo de vista y la dimensión. Sin embargo, habrá que tener cuidado de no confundir el beneficio o la pérdida en el simple sentido monetario y limitado, con los mismos términos correctamente aplicados a las acciones individuales, en un contexto social más amplio.
Las personas no solo vivimos en el nivel económico. No todo lo que es valioso puede ser cuantificado mediante cifras monetarias. Aun así, cabe reconocer el valor a través del criterio más amplio de medios y fines. Es decir, a los objetos de todos los fines y propósitos, no hay nada en nuestra experiencia cotidiana cuyo valor no resista la prueba de ver en qué medida sirve a nuestros fines, tangibles o intangibles. Mucho más allá de toda miopía materialista, en la vida diaria también necesitamos nutrir nuestro ser frente a la fatiga, la soledad, la pena y las cosas que nos privan de energía, de crecimiento y de voluntad. Necesitamos ese alimento espiritual que se denomina consuelo. Esta necesidad, activa o pasiva, consciente o inconsciente, es una parte natural y real de la vida humana.
Nadie puede negar el factor emocional, presente en nuestros juicios de valor. Lo que valoramos nos brinda cierta sensación de placer, aunque esto no pretende llegar hasta el extremo de reducir cada sentido del valor a un mero principio del placer.
Hasta los placeres socialmente reprobados tienen cierta clase de valor para la vida privada del individuo. Si así no fuera, nadie iría tras ellos. Pero este valor es superado cuando se pone en la balanza. Así pues, si bien se admite que hay una gran diversidad de valores, insistimos en que los valores de la educación, en especial, contienen la visión más amplia posible, capaz de promover el bien mayor para todos.
La educación para la creación de valores
En el proceso de enseñar día tras día, los maestros a menudo se sienten presionados para descubrir qué debe hacerse distinto y de qué modo. En tales casos, deberíamos, como docentes, reflexionar sobre las prácticas de quienes nos precedieron, considerar sus lecciones y repasar sus crónicas, para aprender qué les dio resultado y qué, no.
La educación es una ciencia dedicada a formar valores personales en los educadores, quienes, a su vez, guiarán a los alumnos hacia la creación de valores. La palabra «ciencia» no debería evocar en nosotros una imagen fría y clínica. La investigación sociológica o psicológica no debería aplicarse directamente a la educación; primero, cabe ponderar su relevancia con respecto a las prácticas y situaciones de creación de valor que se dan en el contexto de la relación maestro-alumno. Por eso la ciencia educativa debería ser de índole humanística y reconocer las necesidades de docentes y educandos por igual.
En general, los educandos necesitan ser guiados, salvo por casos ocasionales en los cuales logran elaborar sus propios programas para crear valor en la realidad que experimentan (o, mejor dicho, para extraer valor de ella). En su mayoría, tal orientación conlleva la tarea conscientemente planificada de individuos de personalidad (los maestros) que trabajan sobre la receptividad innata de otros (los estudiantes), para que estos desarrollen su propia personalidad individual. La función de la educación consiste en guiar la vida inconsciente hacia la existencia consciente; la vida sin valor, hacia la existencia valiosa; la vida irracional, hacia la razón.
La auténtica educación no se produce por casualidad. La enseñanza consciente engendra una conducta deliberadamente racional. Alienta una vida que no solo infunde valor a unos pocos individuos en cierto lugar y momento dados, sino que también busca reconocer leyes universales de valor para todos. Así pues, la educación, como forma de orientación aplicada a la vida real, debe empeñarse siempre en llevar a los alumnos a crear valor en su propia existencia cotidiana. El objetivo de crear valores jamás debe perderse de vista, sea lo que fuere aquello que se enseñe.
La creación de valores se presenta como una meta educativa que merece nuestra mayor atención y nuestro más serio esfuerzo. Es la mismísima vida de la educación, algo hacia lo cual los docentes podemos y debemos orientar nuestro trabajo. La amplitud de estas ciencias no solo ofrece material ilimitado para la enseñanza, sino que también reafirma el valor de la metodología y convoca a todas las personas preocupadas por el futuro de la sociedad y de los niños a que apoyen la labor racional para concretar una reforma pedagógica unificada.
CITAS
1 MAKIGUCHI, Tsunesaburo: Educación para una vida creativa, Buenos Aires: Universidad de Flores, 2016, pág. IX.
2 Ib., pág. VIII.








