Humanismo Soka
La palabra «karma» suele ser utilizada como sinónimo de un destino que «nos toca» y que debemos atravesar. Además tiende a asociarse con la idea de una repercusión negativa. Sin embargo, el budismo de Nichiren Daishonin sostiene que cada individuo puede transformar positivamente cualquier situación y direccionar el rumbo de la existencia para afianzar un estado de vida de auténtica felicidad. Esto nos lleva a reflexionar sobre preguntas como: «¿De dónde viene el karma?», «¿cuál es su profundo significado?», «el karma, ¿se puede cambiar?».
Este término proviene del vocablo sánscrito karman, que significa «acción». Pero el karma no es solamente «una acción», más bien es la serie de actos que generamos cotidianamente y su «influencia potencial» en la vida. Podría entenderse como los hábitos, inclinaciones o tendencias que tienden a repetirse (en verdad, que repetimos) y que son creadas por medio del pensamiento, la palabra y la acción del individuo.
Consolidar un estado de felicidad indestructible
Este principio se sustenta en la ley de causa y efecto. Todo acto, pensamiento o palabra es una causa, y esa causa genera efectos latentes que se manifiestan concretamente en la vida de la persona. Si la causa es positiva, el efecto es positivo y a la inversa. Sin embargo, en la vida a veces enfrentamos dificultades cuya causa no podemos identificar. En esos momentos, podemos llegar a pensar: «Yo no cometí ningún error ni causé ningún mal. ¿Por qué tengo que sufrir de esta manera?». En verdad, el karma trasciende la existencia actual. De este modo, podemos atribuirle sentido a todo aquello que nos sucede; las acciones de uno en el pasado han dado forma a la realidad presente, y las acciones de una persona en el presente influyen en su futuro. Así y todo, el budismo de Nichiren pone énfasis en el instante actual como la clave de una transformación profunda y abarcadora para triunfar en la vida.
Nuestra decisión puede cambiarlo todo
Desde la perspectiva de las enseñanzas del Daishonin y su filosofía humanista, el karma no debe verse como un concepto fatalista. No tiene que ver con un pasado estático que nos condena o con un «destino irremediable» que ya está definido. Por el contrario, la idea de que algo, aparte de uno mismo, controla nuestro destino supone una forma de evadir el hecho de que debemos enfrentar y desafiar las cuestiones concretas de la vida. El foco fundamental se encuentra en qué hacemos aquí y ahora. Tal como afirma el Daishonin: «Si queréis comprender las causas que existieron en el pasado, observad los resultados tal como se manifiestan en el presente. Y si queréis comprender qué resultados se manifestarán en el futuro, observad las causas que existen en el presente».[1] En otras palabras, la acción victoriosa de hoy es el triunfo de mañana.
El budismo de Nichiren plantea que cada ser humano tiene el potencial de transformar su karma, por medio de la entonación de Nam-myoho-renge-kyo. Si estuviéramos restringidos por el efecto específico de cada acto negativo cometido en el pasado, el tiempo que tardaríamos en expiar la acumulación de todas y cada una de las causas de existencias anteriores sería incalculable. En este caso, solo sería posible llegar a ser un buda al cabo de incontables existencias dedicadas a la práctica budista. En cambio, el budismo de Nichiren se centra en la determinación interna del individuo. Al respecto, el maestro Ikeda expresa: «El karma negativo es abarcado por el estado de Budeidad, y la fuerza de este actúa purificándolo. Para usar una analogía, la aparición del estado de Budeidad es como la salida del sol. Cuando se produce el amanecer en el Este, las estrellas que hasta ese momento habían titilado en el cielo nocturno, en cuestión de instantes, dejan de ser visibles, y hasta nos dan la impresión de haber desaparecido».[2] Esta visión propone una perspectiva de causalidad abarcadora, basada en la Ley Mística, donde todo depende de uno mismo.
Convertir el karma en misión
La ley de causa y efecto es inexorable, por lo tanto no podemos eludir ninguna retribución del pasado; no obstante, la sabiduría y la fuerza vital de nuestra naturaleza de Buda inherente que se activa mediante la entonación de Nam-myoho-renge-kyo nos permite enfrentar el sufrimiento de manera concreta y transformarlo. Cambiar el karma significa cambiar nuestra vida ahora mismo. No necesitamos indagar excesivamente sobre qué acciones causaron nuestra desdicha actual, sino comprometernos valientemente por superarla, crear valor a partir de ella y convertirla en una experiencia valiosa.
Cuando consideramos los problemas como una oportunidad única para extraer nuestro mayor potencial, los volvemos una fuente de aprendizaje y crecimiento, generando causas positivas para el futuro. De este modo, al cambiar nosotros mismos somos capaces de transformar positivamente nuestro «karma negativo», tal como señala el término budista de «convertir veneno en medicina».
El maestro Ikeda, expresa: «Todos tenemos nuestro karma, nuestro destino. Pero cuando lo miramos de frente y comprendemos su verdadero significado, cualquier problema puede servirnos para construir una vida mucho más rica y profunda. Y nuestro esfuerzo por batallar contra el destino es ejemplo e inspiración para incontables personas».[3]
Un oleaje de esperanza
El Sutra del loto expone el concepto de «adoptar voluntariamente el karma apropiado» (en japonés Ganken o go). Este principio implica asumir nuestro karma como un medio para transmitir el potencial de la fe a quienes nos rodean. Desde este punto de vista, los integrantes de la Soka Gakkai no perciben las vicisitudes de la vida como parte de su «destino», sino como la oportunidad para fortalecer la fe, y brindar aliento y esperanza a las personas a su alrededor. Así consideramos todas las dificultades como nuestra misión personal, como el profundo juramento que nosotros mismos hicimos para transformar la realidad.
La palabra «Soka» significa crear valor, y es sinónimo de esperanza. Cuando una persona triunfa sobre una circunstancia difícil –sea de trabajo, de salud, de relaciones humanas o de cualquier otra índole– puede brindar esperanza a quienes están enfrentando obstáculos similares. Cuando oramos no solo por nuestra propia felicidad sino por la de quienes nos rodean, elevamos de tal manera nuestro estado de vida que observamos todas las dificultades con serena convicción. Los problemas no desaparecen, pero estos no nos agobian. De este modo, podemos transformar el karma en misión entonando Nam-myoho-renge-kyo con la convicción de que nuestra prueba contundente de victoria se convertirá en aliento e inspiración para abrir el camino hacia la paz global.
En su novela La nueva revolución humana, el maestro Ikeda relata la historia de los miembros pioneros que arribaron a Brasil durante la primera mitad del siglo xx. La mayoría eran inmigrantes japoneses que estaban atravesando duras circunstancias. En su encuentro con ellos, alentó de esta manera a una mujer que había perdido recientemente a su esposo: «Por favor, no se preocupe. Mientras practique esta fe, puede, definitivamente, ser feliz. Para eso es el budismo. [...] cuanto más hondo y grande es nuestro sufrimiento, más espléndidamente puede uno mostrar la prueba del grandioso beneficio del budismo. [...]
Desde esta profunda perspectiva, es como una heroína que está representando una escena trágica. Además, la historia que usted representa en el escenario del teatro de la vida tendrá un final feliz. No hay de qué preocuparse. Definitivamente, será dichosa. Digo esto con absoluta seguridad. Así como una gran actriz disfruta interpretando un papel trágico, por favor, levántese de las profundidades de su tristeza para representar intrépidamente el magnífico drama de la revolución humana».[4]
CITAS:
1 Los escritos de Nichiren Daishonin (END), Tokio: Soka Gakkai, 2008, pág. 295.
2 IKEDA, Daisaku: El mundo de los escritos de Nichiren Daishonin: Diálogo sobre la religión humanística, El exilio a Sado - Parte 2, publicado en la edición de marzo de 2003 del Daibyakurenge, revista mensual de estudio de la Soka Gakkai.
3 Ib.
4 Texto adaptado de La nueva revolución humana, Buenos Aires: Azul Índigo, 2019, vol. 1, pág. 219-221.