Humanismo Soka
El primer caso es el del Palo Rosa, el gigante de la Selva Misionera. Este árbol puede alcanzar hasta 45 metros de altura, es decir ¡tan alto como un edificio de quince pisos! Su madera rosada, fuerte y aromática lo convirtió durante décadas en objeto de explotación desmedida, hasta llevarlo al borde de la extinción. Por tal motivo, en 1986 se lo declaró Monumento Natural Provincial [1]¹ con el fin de protegerlo.

Áboles de palo rosa en la selva misionera.
El Palo Rosa necesita un escudo de protección a lo largo de toda su vida, tanto de joven como de adulto. Desde que es apenas una plántula puede pasar años y años acobijándose entre otras plantas, protegiéndose de las sequías y vientos cálidos, esperando allí el momento adecuado. Este árbol es una planta heliófita (del griego: hēlios = sol y phytón = planta), lo que significa literalmente «planta que gusta del sol». Por tal motivo, espera, espera, busca y busca hasta que cuando encuentra suficiente luz directa del sol despliega toda su energía para crecer en altura.
Solo después de dos décadas el árbol alcanza la madurez suficiente para florecer y fructificar. Este árbol gigante necesita de su escudo para seguir en pie. Si eliminamos la vegetación que lo rodea, el gigante pierde su escudo. Los árboles pequeños y arbustos que antes frenaban el viento y protegían las raíces del Palo Rosa ya no están, y el coloso queda expuesto. Entonces, lo que parecía indestructible se vuelve frágil y sus probabilidades de caerse o enfermarse aumentan considerablemente.

Áboles de palo rosa sin su protección. Susceptibles a caerse por los vientos y a enfermarse.
Lo que ocurre con el Palo Rosa no es un caso aislado. En otras latitudes, los bosques revelan estrategias igual de sorprendentes. En Europa boreal, por ejemplo, el serbal es un árbol muy apetecido por los ciervos. Como lo ramonean con frecuencia, le cuesta crecer en altura. Pero la naturaleza encontró una salida: el serbal se refugia dentro de las ramas del enebro, un arbusto bajo y de crecimiento lento, con ramas densas que funcionan como escudo. Gracias a esa protección, el serbal logra alcanzar la luz. En Noruega, a esta relación se la llama kompisplanten, «plantas amigas». Una metáfora perfecta para mostrar que la cooperación es clave en la vida: así como el serbal crece protegido por el enebro, las personas nos desarrollamos plenamente gracias al apoyo mutuo.

Un ciervo comiendo las hojas del serbal, lo cual no permite al serbal crecer en altura.
Por otro lado, hay otras plantas en el bosque de las que el ciervo puede alimentarse, por ejemplo, los arándanos (conocidos como blåbær en Noruega). Esta planta puede producir sustancias en sus hojas que evitan que los insectos la ataquen.
Sin embargo, algo muy interesante sucede durante el otoño y el invierno: el ciervo come la planta, que no intenta protegerse, como si dejara que los ciervos se alimenten de sus hojas. Esto es así porque en primavera, cuando el arándano crece con todo su potencial, el ciervo no lo toca, como si entendiese que en ese momento la planta está creciendo y produciendo más hojas.
Además, la planta ajusta sus defensas químicas según la estación, mostrando una increíble capacidad de adaptación a su entorno y a la presión de los herbívoros. Aunque modesta, el arándano sostiene a grandes animales y, con ello, al ecosistema entero. Es un recordatorio de que incluso los más pequeños cumplen un papel vital en la trama de la vida.
En un diálogo con jóvenes, el maestro Ikeda se explayó sobre la importancia de los árboles para el mundo, y de reflexionar sobre la manera en la que los seres humanos nos vinculamos con la naturaleza:
«Nadie puede negar que la ciencia ha mejorado nuestra calidad de vida. Gracias a la ciencia, por ejemplo, podemos utilizar la electricidad, en lugar de depender de las lámparas de aceite o de las velas. Pero lo que deberíamos hacer, en todos los casos, es comparar el avance de la ciencia con la seriedad de nuestro compromiso de preservar y proteger el entorno. Tenemos que encontrar un punto de equilibrio.
Quisiera extenderme un poco más sobre el tema de la vegetación. ¿De dónde proviene el oxígeno que respiramos, que nos mantiene vivos? De la flora, de las plantas marinas. Durante miles de millones de años, las plantas han generado ese oxígeno. ¿Y qué sucede con el agua? La mayor parte del agua que consumimos llega hasta nosotros desde los sistemas fluviales. Con lluvia o con sol, el agua corre por el lecho de los ríos. ¿Por qué? Los árboles y el suelo que se extienden a la vera de las corrientes acuáticas absorben el agua y la almacenan en el subsuelo; desde allí, esta fluye, gota por gota, hacia el torrente de los ríos. Si no hubiera vegetación, y las montañas fuesen impenetrables como el asfalto, toda la lluvia caída en un día se precipitaría de inmediato en los ríos y desembocaría directamente en el mar, del mismo modo en que se vacía una bañera cuando sacamos el tapón.
El suelo es otro regalo de la flora. Minúsculos animalitos y microbios transforman las raíces muertas y las hojas marchitas de los árboles en un terreno rico y nutritivo. Sin ese suelo, no podríamos realizar ninguna clase de cultivos. No existirían los alimentos, y la humanidad perecería.
Hay muchos otros elementos que provienen de los árboles. Si no existieran junglas y forestas, no tendríamos bandas elásticas, papel, muebles de madera, casas. Todo eso, también, es un obsequio de la selva.
Somos nosotros quienes dependemos de la Tierra y no al revés. A causa de nuestra arrogancia, hemos confundido este punto primordial. El astronauta soviético Yuri Gagarin (1934-1968), el primer ser humano que pudo contemplar nuestro planeta desde el espacio exterior, dijo que la Tierra era azul. Ese fue un gran testimonio. El azul de los océanos, el blanco de las nubes, demuestran que la Tierra es un "planeta de agua", restallante de vida.
La enseñanza esencial del budismo establece que la vida del Buda reside en cada planta, en cada árbol, incluso en la más minúscula partícula de polvo. No existe otra filosofía que demuestre una reverencia más profunda por la vida. El budismo esclarece esa clase de sabiduría desde las perspectivas deductiva e intuitiva. La ciencia tiene la obligación de establecer un compromiso con el bienestar de la humanidad, sobre la base de la inducción y del razonamiento, a partir de los hechos concretos de la vida. Ese debe ser el propósito original de cualquier emprendimiento humano». [1]
CITAS
[1] IKEDA, Daisaku: Conversaciones sobre la juventud, Diálogo con la naturaleza, publicado el 28 de mayo de 1997, en el Koko Shimpo, periódico quincenal del Departamento de Estudiantes de Segunda Enseñanza Superior de la Soka Gakkai.