Humanismo Soka
Katsuji Sugayama nació y creció en Betsukai, y comenzó a practicar desde 1957. En 1928, su abuelo había migrado con su familia desde la prefectura de Fukushima para instalarse en Hokkaido. Una vez allí, había abierto una fábrica de almidón que, tras un período de crisis, reconvirtió a la actividad lechera. Pero este nuevo emprendimiento tampoco le dio rédito y, para peor, la familia sufrió diversos problemas de salud que los mantuvo en una difícil situación económica. Estas aflicciones instaron al abuelo de Sugayama y a otros parientes a ingresar en la Soka Gakkai. El propio Sugayama inició la práctica budista, en la primavera de sus 17 años.
Sugayama había empezado a practicar el budismo Nichiren porque quería que su vida fuese algo más que sobrevivir. No tenía esperanzas en el porvenir. Tímido y corto de palabras, se sentía inferior a los demás y ansiaba, entonces, poder superar esas debilidades.
Un compañero de la DJM le habló con convicción:
—Si practicas el budismo Nichiren y participas en las actividades de la Soka Gakkai con disposición sincera, verás que sin falta tu vitalidad se multiplicará y que te irás convirtiendo en una persona segura y capaz, en cualquier situación. Es lo que nos pasa a todos. A ese crecimiento lo llamamos «revolución humana».
»El futuro del Japón —o, mejor dicho, el futuro del mundo— depende de nosotros, los jóvenes. ¡Así que tienes una misión que cumplir en bien de tu país y de la humanidad, empezando por este lugar, Betsukai!
Esta rotunda afirmación inspiró a Sugayama. Sintió que su mundo se abría.
Las palabras sinceras, imbuidas de pasión y de convicción, despiertan el corazón de la juventud.
Sugayama empezó a participar en el movimiento de la Soka Gakkai. En ese momento, en Betsukai había solo cuatro muchachos que practicaban, pertenecientes al cabildo Sapporo, cuyo centro de actividades para la zona este de Hokkaido se hallaba en Kushiro. Pero viajar hasta allí insumía tiempo y dinero, de modo que, en el mejor de los casos, se comunicaban entre ellos ocasionalmente.
En septiembre de 1960, Sugayama recibió una postal de un compañero de fe, donde este lo invitaba a asistir a un encuentro de la DJM que se haría prontamente en Kushiro. Pero, sin dinero para costearse el billete de tren, su primera reacción fue abandonar la idea de concurrir.
La tarjeta decía que la Soka Gakkai estaba logrando un avance sin precedentes bajo el liderazgo del tercer presidente, Shin’ichi Yamamoto. Y agregaba: «Si sigues dejando que tu medio ambiente te derrote y usas eso como excusa para no asistir a las reuniones, no esperes crecer. El primer paso es confrontar tus desafíos, vencer tus debilidades y decidir llegar a las actividades. ¡Renueva tu determinación y ponte en marcha! ¡Y conviértete en un joven capaz de asumir el liderazgo en Betsukai!».
Las palabras «no dejes que tu medio ambiente te derrote» se clavaron con fuerza en su pecho, pero la fecha de la reunión se aproximaba y aún no se decidía a viajar.
***
En la víspera de la reunión de la DJM en Kushiro, Sugayama seguía pensando qué hacer, mientras cortaba heno para alimentar las vacas.
Le llevaría tres horas en tren hasta esa localidad. Pero no tenía dinero para costearse el pasaje.
«Los miembros quieren que vaya, pero ¿cómo?», había pensado entre suspiros, volviendo cada tanto la vista hacia el cielo. Había leído varias veces la postal, que llevaba guardada en el bolsillo, y en cada oportunidad había sentido acrecentarse en su conciencia la sensación de que debía asistir.
Al atardecer, de regreso a su casa, se había tendido un rato a descansar, mientras su mente evocaba los rostros de sus camaradas en Kushiro.
«¡Te estamos esperando!» «Creemos en ti…». «¡Levántate!», había sentido que le decían. Así inspirado, Sugayama se había puesto de pie.
—¡Pero claro! ¡Puedo ir en bicicleta! No puedo permitir que mis circunstancias me limiten. Quiero encontrarme con todos y escuchar noticias del presidente Yamamoto.
La sola idea le había iluminado el corazón.
—Si salgo ahora, debería llegar a tiempo.
De inmediato se había hecho a la ruta en bicicleta, a ritmo vivaz, como queriendo librarse de toda vacilación. Debía pedalear por un camino de tierra, sin pavimentar. Aferrado al manubrio, había tenido que sortear raíces de árboles para no caer.
No había faroles en la ruta ni luces provenientes de las casas. La luna y las estrellas habían quedado ocultas tras un denso velo de nubes. Con la única guía del faro de su bicicleta, había acelerado furiosamente, sintiendo que el esfuerzo volvía más laboriosa su respiración.
Pero, diciéndose que sus compañeros contaban con él, había resuelto no aflojar la marcha. Sus piernas se movían con energía mientras el sudor corría por la frente.
Cuando los demás creen en nosotros, podemos extraer valor y fuerza. La Soka Gakkai es un mundo armonioso donde las personas se unen para ayudarse a crecer y a desarrollarse, basadas en esa confianza.
Después de cuatro o cinco horas de pedalear sin descanso, sintió repentinamente algo frío y húmedo en el rostro, que parecía venir de la oscuridad. Había empezado a llover.
***
El agua caía a raudales. Sugayama había visto algo que se elevaba al costado del camino. Era una enorme hacina de heno. Tras bajarse de la bicicleta, había buscado refugio hundiéndose entre las pajas. Al rato, la lluvia había cesado, y había podido reanudar la marcha. Las uvas silvestres que encontraba en el camino lo habían ayudado a paliar la sed.
Finalmente, empezaba a clarear. A través de la neblina matinal, se distinguía la ciudad de Kushiro.
—¡Pronto los veré a todos! —se había dicho, con alivio. Pero, en ese instante, exhausto y sin fuerzas, un cansancio extremo se había apoderado de él. Incapaz de seguir pedaleando, se había tendido sobre la hierba y, estirado a sus anchas, había caído de inmediato en un profundo sueño.
Lo había despertado el sol a pleno. Había dormido un par de horas y se sentía renovado.
De nuevo en la ruta y a buena velocidad, había conseguido llegar a Kushiro a eso de las ocho de la mañana.
En una sola noche, había pedaleado más de cien kilómetros. Tenía el rostro cubierto de sudor y polvo, pero se sentía espiritualmente feliz. Un firme espíritu de búsqueda le había permitido superar sus debilidades.
En la reunión, todos habían recibido con exclamaciones y aplausos a ese héroe de Betsukai.
El ejemplo de Sugayama les había enseñado la verdadera postura de la DJM. Ese espíritu de lucha les había recordado el sol brillante que se elevaba sobre el paisaje inhóspito de Hokkaido y los había colmado de emoción.
En ese encuentro, al joven lo habían nombrado responsable de unidad de la agrupación, un cargo en la primera línea del movimiento.
Esa noche, había regresado a Betsukai, nuevamente en bicicleta, pero con el cuerpo liviano, las piernas fuertes y el rostro encendido de inspiración y bravura.
Un solo joven se había puesto de pie en Betsukai,despertando a su misión desde el remoto pasado. Los actos de un individuo que toma la iniciativa en su familia, en su lugar de trabajo y en su comunidad se transmiten a muchos otros, como un jardín florido que se abre en fragante profusión. He aquí el principio invariable que subyace al logro del kosen-rufu.
Su trabajo en la granja era agotador, pero Sugayama había decidido entonar Nam-myoho-renge-kyo seriamente para no dejarse vencer por sus circunstancias. Con el afán de ser lo más productivo y eficiente en su ocupación, logró hacerse del tiempo necesario para asistir a las reuniones de la Soka Gakkai.
***
Las jornadas comenzaban temprano para los granjeros que se dedicaban a la producción lechera. A las cinco de la mañana, Sugayama ya estaba limpiando los establos, alimentando y ordeñando las vacas y abasteciéndolas de heno. Cumplía dos turnos de ordeñe por día. Y, según la estación, también debía fertilizar las pasturas o recoger la hierba. A eso se le agregaba el cuidado de su propia huerta y un sinfín de tareas cotidianas.
La situación económica de Sugayama distaba de ser holgada. Por eso, debía aceptar trabajos adicionales como cartero y en una planta de hojalatería. Así y todo, aun en su escaso tiempo, se había lanzado de lleno a las actividades de la Soka Gakkai, consciente del valor de cada minuto.
Sugayama había cambiado la bicicleta, su medio de traslado para las actividades, a una motocicleta. No era raro que tuviese que recorrer cien o doscientos kilómetros diarios. Pero estaba siempre dispuesto a visitar a los miembros las veces que fuesen necesarias, para ayudarlos a fortalecer su fe. Ese había sido su disposición interna.
En 1964, un exmiembro de la División de Estudiantes recién acreditado como docente había aceptado un puesto como maestro de escuela primaria en la vecina localidad de Nakashibetsu. Pero las grandes distancias y las condiciones climáticas desfavorables lo disuadían de participar en las actividades de la organización. Sugayama había decidido viajar 70 kilómetros diarios en su motocicleta para visitar a este joven.
Al cabo de una semana, había acudido nuevamente a su encuentro, después de una reunión, pero al ver que nadie atendía había optado por esperarlo, después de un viaje tan largo. Sentado en el umbral, había comenzado a leer el Gosho. Era abril; hacía mucho frío y la nieve no acababa de derretirse sobre el suelo.
El dueño de casa, en verdad, se había ido a dormir temprano. Y varias horas después, ya despierto y para su sorpresa, al mirar por la ventana había descubierto a Sugayama, todavía sentado frente a la puerta, envuelto en el vaho de su respiración condensada.
«Esta persona ha estado esperándome allí afuera, con este frío…».
—¡Señor Sugayama…! —lo había hecho pasar, con lágrimas en los ojos.
Así ambos jóvenes habían iniciado un sincero diálogo. Conmovido por la sinceridad y la consideración del visitante, el maestro decidió replantearse, entonces, su actitud hacia el kosen-rufu.
Un corazón apasionado entibia y conmueve el corazón de otros.
***
En 1965, Katsuji Sugayama había asumido funciones como líder de cabildo de la DJM. El 2 de septiembre, en un encuentro en la sede central de la Soka Gakkai, había recibido de Shin’ichi Yamamoto la bandera del cuerpo en el cual había sido designado. Lo embargaba un firme espíritu de lucha.
Sugayama había quedado a cargo de una extensa región que abarcaba Betsukai, Nakashibetsu, Shibetsu, Rausu, Shibecha y Teshikaga, cuya superficie aproximada equivalía a toda la prefectura de Fukuoka (unos cinco mil kilómetros cuadrados).
Ese sería, a partir de entonces, el escenario de su labor. Había partido de una base que apenas superaba los trescientos miembros. Un año más tarde, ya eran 470 muchachos. Sus compañeros, al ver su postura, habían seguido el ejemplo de su trabajo serio y comprometido.
Betsukai llegó a ser conocido en toda la organización en diciembre de 1970, en la 19.° reunión general de la DJM, cuyo lema había sido «Abramos nuevas rutas».
Ese día, había relatado su experiencia Masaru Sugitaka, antiguo tokiota establecido en Betsukai para dedicarse a la ganadería láctea. Tras ocho años de lucha contra la adversidad, el joven había logrado triunfar.
Sugitaka se había mudado a Hokkaido con grandes sueños y esperanzas, y allí había contraído matrimonio. Si bien ya era miembro de la Soka Gakkai desde antes, nunca se había dedicado seriamente a la práctica. Al principio, su granja había marchado bien, pero tres años de heladas y de malas condiciones climáticas lo habían dejado sin reservas de heno y forraje para mantener el ganado, y había perdido cinco de sus diez vacas. Sin otra reacción que culpar a las fuerzas de la naturaleza, sufrió un nuevo revés cuando, en un accidente, su hijo de dos años perdió la vida.
En medio de su desesperación, había recordado las palabras de su madre, quien lo había alentado a no olvidar nunca la fe y la práctica budista.
Un compañero de la organización, en lo más crudo del invierno, recorría cien kilómetros en motocicleta de ida y vuelta para ir a visitarlo regularmente. Era el maestro de escuela primaria de Nakashibetsu, a quien Sugayama había apoyado y alentado. Impresionado por su pasión y sinceridad, Sugitaka había decidido levantarse en la fe.
Se puso a orar fervorosamente y a trabajar duro para agudizar su ingenio y reconstruir su producción láctea. Estos esfuerzos le habían permitido ampliar su granja, que creció hasta tener unas 43 hectáreas; además, todas sus vacas habían parido novillas, de mayor valor y costo, logrando así multiplicar su patrimonio a 30 vacas lecheras.
Sugitaka, al poco tiempo, había sido nombrado responsable de bloque de su división y, del mismo modo que sus predecesores habían hecho con él, se había dedicado a visitar a los miembros de su zona para darles ánimo. Uno tras otro, se habían puesto de pie en su práctica hasta que los 23 camaradas llegaron a participar, sin que faltara uno solo, en las reuniones mensuales de diálogo.
El kosen-rufu de cada localidad tendrá un brillante porvenir mientras prevalezcala noble tradición de cuidar a cada persona mediante una cálidaorientación personal.
***
La sede central de la Soka Gakkai había producido un filme titulado El pionero, basado en la conmovedora experiencia narrada por Sugitaka en la 19.° reunión general de la DJM.
Después de verlo, Shin’ichi había comentado:
—Si en un lugar como Betsukai surgió un testimonio tan inspirador, tiene que haber habido un pionero en la fe, dedicado a alentar a los miembros locales y a orientarlos en la fe.
Su mirada siempre estaba puesta en los líderes que apoyaban a los miembros con dedicación, de manera silenciosa y constante. Y ese pionero era Katsuji Sugayama.
Con profunda emoción, Shin’ichi le había enviado un libro con una dedicatoria, distinguiendo el valiente trabajo del joven frente a incontables adversidades.
Al recibir el aliento de su mentor, Sugayama no había podido contenerlas lágrimas.
—¡El presidente Yamamoto se ha tomado su valioso tiempo para elogiar y alentar a alguien como yo…! Quiero responder a su consideración. Quiero dar muchas más pruebas reales del budismo Nichiren en mi comunidad. ¡Haré que mi granja láctea sea un modelo en la zona!
Pero, a pesar de su determinación, Sugayama no disponía del dinero para mejorar sus instalaciones. Un préstamo habría sido una carga muy onerosa. Muchos productores habían tenido que cerrar sus fincas por no poder recuperar sus inversiones excesivas.
Para aprovechar al máximo sus magros ahorros, había decidido construir él mismo un silo y un establo para sus vacas. Luego de talar unos árboles plantados por su abuelo, había puesto manos a la obra, aprendiendo por sí solo técnicas de carpintería y ensamblado, bajo la mirada escéptica de sus vecinos.
Pero Sugayama, que había atravesado los lugares más helados e inhóspitos en motocicleta para alentar a sus camaradas, no pensaba el desafío de construir como una dificultad.
Quienes han forjado su personalidad basados en el budismo Nichiren pueden hacer gala de una fuerza increíble, tanto en su vida como en la sociedad.
El educador japonés Inazo Nitobe (1862-1933), cuya juventud transcurrió en Hokkaido, dijo: «La vida humana es el aprendizaje de la fortaleza, para la fortaleza».
En los campos de Betsukai había comenzado a resonar, al son de la esperanza, el rítmico sonido de la construcción.
Y en 1973, al cabo de tres años de dura labor y con el apoyo de su familia, Sugayama había terminado un gran establo de 400 metros cuadrados.
***
Concluido el establo, Sugayama había acometido la construcción de un silo y de una vivienda familiar de hormigón de dos plantas.
Se había capitalizado con maquinaria agrícola usada, reacondicionada por él mismo. Para minimizar la compra de forraje, había decidido alimentar a sus reses con hierba y heno de su propio cultivo, luego de investigar cuál era la variedad más nutritiva y apta para su ganado.
Su granja había alcanzado un rendimiento ejemplar, y el escepticismo de la gente se había convertido en respetuosa admiración.
(Extraído de la novela de Daisaku Ikeda La nueva revolución volumen 27, capítulo «Espíritu de búsqueda»).