Humanismo Soka
«Nunca dudes de que un pequeño grupo de personas conscientes y comprometidas puede cambiar el mundo; de hecho, es lo único que lo ha logrado».
Siento un gran aprecio por estas palabras de la gran antropóloga estadounidense Margaret Meade, porque expresan una verdad profunda y duradera.
A los jóvenes, en particular, deseo decirles: el mundo es suyo para cambiarlo. Sus sueños, sus esperanzas y aspiraciones, estas crearán el futuro. Ellos son el futuro. El futuro ya existe, en los corazones y las mentes de los jóvenes.
La nueva superpotencia
Por difícil que sea de creer, cada uno de nosotros es infinitamente poderoso. Tenemos el poder, individual y colectivamente, de cambiar el mundo. Como ha dicho mi amigo David Krieger y otros, los llamados «ciudadanos comunes» del mundo, juntos, somos una superpotencia. Nosotros, la gente, somos la nueva superpotencia.
¿Cuáles son las claves para liberar ese poder y aplicarlo a la tarea de crear un mundo de paz? Hay cuatro aspectos que considero especialmente importantes: el poder de la esperanza, el poder de la imaginación, el poder de la conexión y el poder del diálogo.
El poder de la esperanza
A veces se habla de las esperanzas y los sueños como algo frágil y fácil de romper. En realidad, son todo lo contrario. El poder de la esperanza y de los sueños es la fuerza de la que nace un mundo nuevo cada día. Cuanto más noble —más compasiva y humana— sea la meta hacia la que dirigimos nuestra esperanza, mayor será el poder que haremos surgir de nuestro interior. Nada es más profundamente empoderador que la determinación de trabajar por la paz: la esperanza que han atesorado incontables generaciones de la humanidad.
Hay quienes dicen que la humanidad está condenada a la guerra y a la violencia, que es parte de nuestra naturaleza odiarnos y asesinarnos. Tales personas dirán que simplemente son «realistas». Espero sinceramente que nunca se sometan a ese «realismo», ni respecto a su propia vida ni respecto al mundo. Si examinan con cuidado tales afirmaciones, casi siempre descubrirán que quienes las hacen simplemente han decidido —de forma arbitraria y a menudo interesada— qué es realista y qué no. Recortan y niegan las posibilidades ilimitadas de la realidad para que encajen en su propio pesimismo y estrechez mental.
El presidente Kennedy rechazó claramente el pesimismo sobre la paz cuando dijo: «No tenemos por qué aceptar ese punto de vista. Nuestros problemas son obra del hombre. Por lo tanto, pueden ser resueltos por el hombre... Ningún problema del destino humano está más allá de los seres humanos».
Toda guerra ha comenzado en el corazón humano. Y lo mismo cada gran acto que ha cambiado el mundo para mejor.
El liderazgo para liberar al mundo de la amenaza de las armas nucleares, para construir un mundo sin guerras, se encuentra en «personas comunes» como nosotros. Por eso, es vital que nunca olvidemos que podemos construir tal mundo, que somos los protagonistas del drama de la historia humana.
En japonés, la palabra «esperanza» se escribe con dos caracteres chinos. Uno significa desear algo profunda e intensamente. El otro significa mirar a lo lejos, hacia el futuro.
Mahatma Gandhi era, en sus propias palabras, un «optimista irreprimible». Pero su esperanza no se basaba en un análisis objetivo de las condiciones que enfrentaba, sino en su fe absoluta en las «posibilidades infinitas del individuo». Del mismo modo, el gran sueño de igualdad y dignidad humana que poseía Martin Luther King Jr. estaba sostenido por la fuerza de una fe y una voluntad tan firmes como un diamante.
Todos los que han logrado grandes cosas lo han hecho gracias a su capacidad de crear esperanza, de extraerla de sí mismos, sin importar las circunstancias o los desafíos que enfrentaban. Debemos aprender a crear la esperanza cuando no la hay. Donde hay esperanza, hay paz.
El poder de la imaginación
Quiero subrayar también el poder de la imaginación, pues es el «puente» por el cual nuestros ideales viajan para convertirse en nuevas realidades.
La imaginación es la fuente de la que fluye la esperanza. Es el poder de imaginar, la capacidad de concebir realidades diferentes, lo que nos libera de la equivocada idea de que lo que existe ahora será lo único que existirá, y que estamos atrapados en nuestros problemas.
Todo cambia. Nada está «escrito en piedra», fijo e inmutable para siempre, ni siquiera la piedra misma. El filósofo griego Heráclito lo expresó diciendo que nunca podemos bañarnos dos veces en el mismo río. El agua fluye sin cesar, y lo que tocamos hace un momento ya se ha ido, reemplazado por un nuevo caudal.
Dado que todo cambia, la verdadera pregunta es si cambiará para mejor o para peor. Y eso, finalmente, depende de nosotros. Si nuestros corazones están llenos de odio a nosotros mismos y desesperanza, ese será el mundo que crearemos. Si nuestros corazones están llenos de esperanza y compasión, podremos crear sin falta un mundo mejor y más pacífico.
El poder de la imaginación es también el poder de la empatía. Es la capacidad de imaginar, la disposición a sentir, el dolor de los demás. Es el espíritu que dice: «Mientras tú sufras, seas quien seas y sea cual sea tu sufrimiento, yo también sufro». La medida de nuestra empatía —que se extiende a personas en lugares distantes, con estilos de vida e idiomas distintos de los nuestros— es la medida de nuestra humanidad. Una vida verdaderamente plena es aquella marcada por el esfuerzo constante de ampliar y profundizar nuestra humanidad. Nuestra capacidad de sentir el dolor de otros es quizá el indicador más seguro de dónde estamos en ese esfuerzo continuo.
Cuando los realistas nos dicen que aceptemos un mundo de sufrimiento, de guerra e injusticia, en realidad están mostrando el estancamiento y el fracaso de su propia imaginación.
Creo firmemente que la educación para la paz —la que despierta la imaginación empática transmitiendo las realidades de la guerra— es una responsabilidad compartida. Todos los sectores de la sociedad, las escuelas, los medios de comunicación y las instituciones religiosas, pueden desempeñar un papel. En particular, espero que los jóvenes aprendan a no dejarse engañar nunca por representaciones edulcoradas o glorificadas de la violencia y la guerra.
El poder de la conexión
El poder ilimitado del individuo se libera cuando trabajamos juntos. Este es el poder de la conexión, el poder de la solidaridad humana. Nuestros sueños crecen y florecen cuando los expresamos en voz alta, cuando los compartimos con otros. Para ello se requiere coraje. Debemos superar el miedo a ser malinterpretados, menospreciados o ridiculizados por poner en palabras lo que contienen nuestros corazones.
La solidaridad de los llamados ciudadanos comunes del mundo tiene la clave de la paz. El movimiento popular budista de la Soka Gakkai, del cual surgió la SGI, fue fundado en Japón en 1930 por un educador llamado Tsunesaburo Makiguchi. En sus escritos, él observaba que las personas malintencionadas, conscientes de sus propias carencias internas, son rápidas para unirse. Las personas de buena voluntad, en cambio, son espiritualmente más autosuficientes, y, por lo tanto, no sienten tanta necesidad de hacer aliados. Como resultado, a menudo son sobrepasadas y derrotadas por personas con malas intenciones. Solo cuando las personas de buena voluntad se unen podemos cambiar el mundo.
Las guerras casi siempre se describen como una lucha de un país contra otro, de un pueblo o grupo contra otro. En realidad, sin embargo, las inician líderes que intentan llenar el enorme vacío que sienten en su interior —su propia sensación de impotencia— mediante el control y el mando sobre otros. Ha llegado el momento de que los ciudadanos comunes del mundo se unan para resistir a quienes promueven la violencia, el terrorismo y la guerra. Ha llegado el momento de que la humanidad se una para rechazar la violencia en todas sus formas.
El poder del diálogo
Al final, la paz no se logrará con políticos firmando tratados. La paz verdadera y duradera solo se alcanzará forjando lazos de confianza y amistad de vida a vida entre los pueblos del mundo. La solidaridad humana se construye abriendo nuestros corazones los unos a los otros. Este es el poder del diálogo.
El diálogo, sin embargo, es más que dos personas frente a frente hablando. El tipo de diálogo que puede contribuir realmente a la paz debe comenzar con un sincero y abierto «diálogo interior». Con esto me refiero a la capacidad de examinar, con cuidado y honestidad, nuestras propias actitudes.
Podemos empezar haciéndonos algunas preguntas simples: ¿He hecho el esfuerzo de averiguar los hechos reales? ¿He confirmado las cosas por mí mismo? ¿He sido influenciado por información de segunda mano, por estereotipos o rumores malintencionados?
Para Sócrates, una clara conciencia de la propia ignorancia era el punto de partida de la sabiduría. Cuestionándonos a nosotros mismos y a nuestras suposiciones, podemos abrir el camino hacia una comunicación más significativa. Y esto se aplica a todos los niveles: desde la comunicación entre familiares y amigos, hasta la de países y culturas. Porque las personas que al menos son conscientes de que pueden albergar actitudes prejuiciosas pueden comunicarse a través de las diferencias con más éxito que aquellas convencidas de estar libres de todo prejuicio.
En última instancia, el desafío que cada uno de nosotros enfrenta es crecer hasta convertirnos en personas capaces de respetar verdaderamente a los demás.
En las enseñanzas del budismo hay un pasaje que describe cuál debe ser nuestra actitud hacia las personas. Dice que debemos «levantarnos y saludarlas desde lejos», mostrándoles el máximo respeto. De hecho, afirma que debemos ofrecerles el mismo respeto que a un Buda. Aquí debo aclarar que un «Buda» no es un ser sobrehumano. Más bien, esta palabra se refiere a una persona que ha despertado plenamente la capacidad ilimitada de sabiduría y compasión que existe en todos. Es otra forma de expresar la dignidad suprema que todas las personas poseen simplemente por el hecho de ser humanas.
¿Cómo podría existir la guerra si viéramos cada encuentro con otra persona como una ocasión rara y extraordinaria de encontrarnos con el tesoro más precioso del cosmos? No puedo imaginar un camino más directo y sencillo hacia la paz.
La revolución humana
El segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda, fue la persona a quien considero mi mentor en la vida. Junto con el presidente fundador Makiguchi, fue encarcelado por oponerse a las políticas del gobierno militarista de Japón durante la Segunda Guerra Mundial. El presidente Makiguchi murió en prisión en noviembre de 1944. El maestro Toda fue liberado poco más de un mes antes de que Japón se rindiera en agosto de 1945. Toda llamó al proceso de transformar fundamentalmente nuestras vidas «revolución humana». Cuidando profundamente de los demás, trabajó incansablemente para empoderar a los ciudadanos comunes, para despertarlos a los tesoros de sabiduría y fortaleza que llevan dentro.
Era su convicción —que yo he asumido como el tema central de mi propio trabajo por la paz— que una gran revolución en la vida de un solo individuo puede cambiar a toda una sociedad. Incluso puede hacer posible una transformación positiva en el destino de la humanidad. Este es el tipo de poder para la paz que cada uno de nosotros posee.
(Traducción tentativa del artículo Our Power for Peace, publicado originalmente en Hope in a Dark Time – Reflections on Humanity’s Future, Krieger, D. Capra Press, Santa Barbara, 2003. Véase: https://www.daisakuikeda.org/sub/resources/works/essays/op-eds/hopedark2003.html)