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Una convicción capaz de hacer posible lo imposible | Los jóvenes y La nueva revolución humana

Una convicción capaz de hacer posible lo imposible | Los jóvenes y La nueva revolución humana

Una convicción capaz de hacer posible lo imposible | Los jóvenes y La nueva revolución humana

Humanismo Soka

viernes, 24 de octubre de 2025

viernes, 24 de octubre de 2025

A continuación, compartimos el artículo publicado en la sección «Los jóvenes y La nueva revolución humana», de la revista Humanismo Soka del mes de octubre del 2025.

A continuación, compartimos el artículo publicado en la sección «Los jóvenes y La nueva revolución humana», de la revista Humanismo Soka del mes de octubre del 2025.

A continuación, compartimos el artículo publicado en la sección «Los jóvenes y La nueva revolución humana», de la revista Humanismo Soka del mes de octubre del 2025.

«Suele decirse que no existe mejor entrenamiento que la adversidad», [1] expresó una vez el maestro Ikeda. En la vida, los sufrimientos son inevitables. No podemos esperar evitar las dificultades o problemas. Sin embargo, «cuanto más ataques y persecuciones pueda resistir y superar una persona, más fuerza y grandeza puede lograr». [2] Aunque a veces nos abrumen y deseemos escapar de ellos, lo cierto es que no hay necesidad de intimidarnos ante los obstáculos. Lo importante es despertar el vigor de la valentía, y tomar la decisión de no permitirnos ser vencidos.

Una de las máximas del escritor ruso León Tolstoi (1828-1910) era «¡Pase lo que pase, haz lo que debas hacer!». Tolstoi, cuya gran pasión y coraje se vio plasmado en grandiosas obras literarias que cambiaron a la humanidad, una vez le envió una carta de aliento a su hija. Su nombre era Alexandra Tolstoi (1884-1979); en ese entonces, se encontraba en una región lejana para recibir tratamiento médico. Su padre le escribió: «Ármate de cada palmo de tus fuerzas y vive…Lee, piensa, reúnete con tus semejantes, examina tu corazón. Determina que éste es el momento de vivir tu vida a pleno». Alexandra, heredera de las convicciones espirituales anhelantes de paz de su padre, más adelante declaró: «Cada persona es el centro del universo». También, observó: «Es posible desaparecer de vista y vivir en la total oscuridad. Pero las vidas que perdurarán eternamente en la memoria humana son las de aquellos que, en esta existencia, concretan grandes hazañas, crean algo y dejan una marca indeleble en el mundo».

¿De dónde sacamos las fuerzas para enfrentar la oscuridad de nuestra vida y triunfar sobre ella? ¿Cómo podemos hacer frente a tanto sufrimiento que hay en el mundo para consolidar una cultura de paz? El budismo explica que la clave para transitar el camino correcto se encuentra en la inseparabilidad de maestro y discípulo. Cuando adoptamos un maestro y nos esforzamos con el mismo propósito que él, de nuestra vida surge el verdadero poder de la fe, capaz de generar un ilimitado ritmo de brillantes victorias.

Durante su juventud, Daisaku Ikeda trabajó día y noche junto a su maestro Josei Toda para construir las bases de la Soka Gakkai y expandir los valores de paz en todo Japón. En un difícil momento, cuando las empresas de Toda quebraron y todos los demás lo abandonaron, el joven Ikeda fue el único que permaneció a su lado, esforzándose con todas sus fuerzas por ayudar a su mentor. Una vez, en un discurso pronunciado en una reunión general en Kansai, en octubre de 1991, el maestro Ikeda refirió a aquel momento, y expresó: «El verdadero valor de las personas solo es visible en los momentos más oscuros. Como discípulo del maestro Toda, decidí que cumpliría su deseo y que asumiría la responsabilidad del kosen-rufu. Desde ese momento, los sentimientos y pensamientos del maestro Toda se reflejaron claramente en mi corazón. Cuando decidí llevar una vida al lado de mi maestro sin importar lo que sucediera, pude ver todo con claridad. Cada uno de mis pasos estaba en armonía con su espíritu. Percibía su magnanimidad en lo profundo de mi ser. Todo lo referente a él estaba grabado en mi corazón. Todo lo que hago y digo es un reflejo al 99% de la vida del maestro Toda. Esto es la inseparabilidad de maestro y discípulo. Por favor, ¡luchemos juntos para coronar nuestras vidas, siempre unidos en espíritu!».[3]

En su novela La nueva revolución humana, el maestro Ikeda plasmó sus esfuerzos como discípulo en pos de abrir las rutas del kosen-rufu, cumpliendo con cada una de las promesas que había hecho a su mentor con el afán construir las bases para el establecimiento de una cultura de paz duradera en el mundo. De esta manera, logró triunfar sobre cada una de las adversidades que, una tras otra, emergieron en el camino. Así también cada uno de sus discípulos, sucesores de esta grandiosa gesta, estamos escribiendo historias de triunfos en todos los rincones del planeta. En el volumen 25 de la mencionada novela, en el capítulo «Bastión de valores humanos», el maestro Ikeda narra la experiencia de Eita Haraya y sus hermanos. ¡Compartamosla juntos!

…………………………………………………

El padre de Eita Haraya administraba una empresa contratista de obras. Eita, que era el hijo mayor, había estado ayudándolo a pagar el préstamo apoyado por sus dos hermanos, Shota y Masateru, que tenían sus propios negocios como contratistas. De manera que, entre todos, estaban a punto de saldar la deuda de su padre.

Por eso, cuando su tío le dijo: «Seguramente huyó porque no tenía cómo devolver el dinero», no podía creer semejante cosa…

Llamó de inmediato a sus hermanos. Cuando los tres vieron los papeles que certificaban los préstamos, empalidecieron. La deuda que aún quedaba por pagar era de quince millones de yenes.


Eita sugirió a sus hermanos ir a visitar a un antecesor en la fe para pedir orientación. Fueron al Centro Comunitario de Kumamoto.

El padre, sin consultar con nadie, había comenzado un negocio que solo había incrementado su deuda y había huido. Los tres trataban de contener la ira.

La familia Haraya era pobre. Eran siete hijos. El lugar donde vivían era una especie de barraca que tenía como techo una simple tabla. Por la noche, cubrían su cuerpo con colchas de andrajos y dormían apoyados contra la pared. El padre era carpintero, pero casi todo el ingreso desaparecía en gastos de alcohol. Tomaba cada noche hasta quedar completamente ebrio.

Los tres varones se vieron forzados por su progenitor a trabajar. Si osaban replicar, recibían puñetazos. Cuando Eita tenía diecisiete años, su madre murió de un paro cardíaco. Había sufrido de asma durante mucho tiempo.

Poco después, Eita entró como aprendiz en una empresa. De día, trabajaba, y de noche, asistía a clases. De su ingreso, pagaba sus estudios y el resto lo enviaba a su familia. Pero un año después del fallecimiento de la madre, su padre volvió a casarse. Para los preparativos de la boda, su padre habló con el dueño de la constructora en la que trabajaba su hijo y le pidió el pago de seis meses por adelantado. Esto impidió a Eita costear la matrícula y se vio obligado a abandonar sus estudios.


El padre lo hizo regresar a la casa para que lo ayudara en su negocio. Para ese entonces, su progenitor había ingresado a la Soka Gakkai.

Desde entonces, un miembro del Departamento Juvenil empezó a visitar a Eita, que, al igual que su madre, padecía de asma y había sufrido fuertes ataques que lo habían acercado a la muerte. Aquel joven le dijo con convicción: «¡Sin falta podrá superar su enfermedad a través de esta práctica!». Conmovido por tan resuelta postura, Eita decidió ingresar a la Soka Gakkai.

Se esforzó arduamente en la práctica. A los seis meses, advirtió que ya no sufría de asma. Después de escuchar su experiencia, sus hermanos también empezaron a practicar. Al participar en las actividades de Gakkai, sintieron que sus vidas empezaban a expandirse.

Hasta ese momento, creían que sus existencias no valían gran cosa. «Somos como yuyos a la vera del camino: nadie los ve y con el tiempo se van marchitando», pensaban. Para ellos, las nobles aspiraciones y los elevados ideales no podían estar más lejos. Pero en las reuniones de Gakkai, los antecesores decían a viva voz que los jóvenes tenían la gran misión de abrir una nueva centuria.

Observaban a su alrededor que los participantes eran, al igual que ellos, jóvenes que provenían de familias campesinas, vestidos con ropa manchada, y obreros fabriles con uniformes que olían a aceite. Casi nadie llevaba corbata. Sin embargo, todos mostraban una increíble pasión. Con los ojos resplandecientes de entusiasmo, expresaban su ardiente decisión de esforzarse por la felicidad de los demás y por el kosen-rufu.

En esa época, el padre, que había sido el primero en ingresar, empezó a oponerse a la práctica de sus hijos. «¡El budismo no nos da de comer! ¡No hagan actividades de la Soka Gakkai! ¡En cambio trabajen todos los días hasta la noche!». Y los hacía trabajar hasta altas horas casi sin remuneración. Los tres hermanos se apoyaban mutuamente para participar turnándose en las actividades.

Eita pensó: «Ya no me importa lo que pase con el negocio. ¡Me voy de casa!». Pero cuando lo consultó con su antecesor en la fe, obtuvo otra respuesta:

―Si te marchas ahora de casa, el perdedor serás tú. Obrar de ese modo sería como escapar de los sufrimientos. Perderás la oportunidad de transformar el karma. Ya que no podemos escapar de él, entonces no queda más que enfrentarlo. Debes demostrarle a tu padre la fuerza del budismo a través de tu accionar. Esa será tu misión.

Cuando la impotencia llegaba al punto de volverse insoportable, los tres hermanos se iban a la cima de la colina de Tabaruzaka, y entonaban la canción Tabaruzaka. Habían escuchado que era la predilecta del maestro Toda y de Shin’ichi Yamamoto. Cantaban una y otra vez…, y al hacerlo, se sentían acompañados por Shin’ichi. Entonces, el pesar iba disipándose y, en su lugar, surgía el valor.

«¿Por qué?... Si lo apoyamos en todo». Esta era la pregunta que se hacían cuando se dirigían al Centro de Kumamoto a buscar orientación. Al llegar, justo se encontraron con un líder del Departamento de Señores.


Eita dijo con franqueza:

―Siento que jamás voy a perdonarlo...

Entonces, su antecesor le dijo:

―¿Se da cuenta de lo que me están diciendo? Tienen que ver la situación desde la perspectiva de la fe. Sea la clase de persona que fuere, gracias a su padre están en este mundo, crecieron y se encontraron con el Gohonzon. Acaso, ¿no tendrían que estar agradecidos por este solo hecho?

»¿En algún momento se han puesto en su lugar? ¿Pensaron en el dolor que debe de estar sintiendo?

Los tres enmudecieron. 

―Si juntos consiguen superar este desafío van a desarrollarse en la fe y como personas. Él les ha puesto trabas a su práctica y huyó dejando deudas, pero ha sido para que ustedes pudieran crecer y ser personas de fe firme. Mientras alberguen el sentimiento de odio no solucionarán nada. Lo que tienen que hacer es entonar daimoku con gratitud hacia él y esforzarse al máximo para encontrar una salida a la situación que enfrentan. Lo fundamental es que se decidan de verdad a vivir en aras del kosen-rufu. Que oren para poder superar el problema y cumplir su cometido, que se devanen los sesos para extraer sabiduría y se esfuercen a más no poder para buscar la solución. Solo entonces podemos hacer que lo imposible sea posible, activar las funciones protectoras del universo y lograr nuestra revolución humana. ¡Acaso creen que el Gohonzon va a abandonar a quien está decidido a dedicar la vida al kosen-rufu!


Los rostros de los tres hermanos resplandecieron con determinación.

Desde el punto de vista legal, los tres no tenían la obligación de encargarse de las deudas, pero decidieron trabajar juntos para saldarlas. Su sentido de responsabilidad, así como la determinación de dedicar la vida al kosen-rufu y de proteger a la Soka Gakkai, los motivó a armarse de valor.

Visitaron a cada acreedor para ofrecer sus más sinceras disculpas. Algunos de ellos los recibían a gritos: «¿Qué está pasando? ¡Para qué practican!», pero los tres perseveraron agachando la cabeza.

Los vecinos comenzaron a reparar en la infinita paciencia con que estos hermanos se esforzaban. La gente empezó a mostrarse admirada. Gradualmente, fueron recuperando su credibilidad. Y casi sin que lo notaran, triplicaron sus ingresos. En un principio, habían pensado que les llevaría diez años pagar las deudas, pero pudieron hacerlo en tres.


Entonces oraron fervorosamente para reunirse con el padre lo más pronto posible y tranquilizarlo. Se enteraron dónde estaba y partieron de inmediato. El padre tenía hemiplejía y estaba confinado. Cuando su hijo mayor Eita le dijo que con el esfuerzo de los tres habían pagado toda la deuda, no podía creerlo. Los hijos decidieron llevarlo de regreso e internarlo. Su condición mejoró a tal punto que le dieron de alta, y, con el tiempo, se integró nuevamente a la práctica.

Había sido una cuesta larga y difícil, pero los hermanos Haraya pudieron conquistar la ladera de la vida que se veía insuperable, su Tabaruzaka, y lograr la victoria.4




Para seguir leyendo…

Encontrá este aliento del maestro Ikeda en el volumen 25 de La nueva revolución humana, en el capítulo «Bastión de valores humanos». ¡Sigamos compartiendo maravillosas lecturas juntos!



CITAS

1 IKEDA, Daisaku: Conversaciones sobre la juventud, publicado el 24 de junio de 1998 en el Koko Shimpo, periódico quincenal del Departamento de Estudiantes de Segunda Enseñanza Superior de la Soka Gakkai.

2 Ib.

3 IKEDA, Daisaku: de un discurso pronunciado en una reunión general de líderes en Kansai, prefectura de Osaka, en octubre de 1991.

4 IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, Buenos Aires: Azul índigo, 2019, vol. 25, pág. 264.



© Humanismo Soka - 2024

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