Humanismo Soka
«Shakyamuni decidió ponerse en marcha hacia Rajagriha (actualmente, Rajgir[1]), capital del poderoso reino de Magadha, centro de una nueva y floreciente cultura. Al llegar, sin duda consideró cuidadosamente la elección de un maestro que lo ayudara a buscar la iluminación y le permitiera resolver los sufrimientos humanos fundamentales: la vejez, la enfermedad y la muerte.
Después de reflexionar acerca de su aprendizaje, Shakyamuni acudió a un sabio ermitaño brahman, de quien se decía que era maestro de meditación yoga. Por ese medio, el sabio ermitaño había logrado llegar a la etapa conocida como "el reino en el que nada existe": un estado de vacuidad en el que uno está libre de todos los apegos mundanos. Bajo su guía, Shakyamuni se dedicó a la práctica y, en breve tiempo, logró el mismo nivel que su maestro. Sin embargo, sintió que la enseñanza no le brindaba la solución a las preguntas sobre la vida y la muerte.
Buscó otro maestro, también ermitaño, cuya experiencia en meditación yoga le había permitido alcanzar "el reino en el que no existe ni el pensamiento ni el no pensamiento", un estado en el que no había actividad mental. Una vez más, Shakyamuni dominó con rapidez esa práctica.
Shakyamuni sintió que la iluminación de esos maestros, para quienes la meditación se había vuelto un fin en sí misma, era inútil por completo para brindar soluciones al acuciante problema de la vida y de la muerte.
Shakyamuni abandonó a su segundo maestro para continuar la búsqueda de la verdadera iluminación, y trató de hallar un lugar tranquilo para dedicarse a la práctica de las austeridades. Llegó al pueblo de Sena.
En aquellos días, era creencia común en la India que el cuerpo estaba contaminado y que sólo el espíritu era puro. Puesto que el cuerpo tenía cautivo al espíritu, se pensaba que castigando y debilitando la parte física, se podía lograr la libertad espiritual.
Las prácticas ascéticas marcaron para Shakyamuni el comienzo de una lucha implacable consigo mismo. Su cuerpo se vio cruelmente afectado. Durante varios años, se había dedicado a las austeridades, exigiéndose hasta los límites de lo soportable. Sin embargo, todos esos esfuerzos no habían producido el resultado anhelado. Se planteó este dilema: "Buscar sólo el placer sensual es una manera de vivir ruin y sin sentido, pero ¿acaso la prosecución de severas austeridades y mortificaciones me ha permitido lograr la verdadera iluminación?”.

Comprendió que el ascetismo extremo no le permitiría lograr lo que buscaba, y decidió abandonar ese camino. Shakyamuni abandonó el bosque y se dirigió al río Nairanjana. Cruzó el río y, por fin, encontró una enorme higuera pipal. Se sentó a la sombra del follaje, y cruzó las piernas.
Prometió: "Permaneceré en esta posición hasta que haya logrado la verdadera iluminación, aunque el calor marchite mi cuerpo mientras lo intento".
Continuó su meditación bajo el árbol elegido. Según las escrituras budistas, en ese momento, los demonios comenzaron a tentarlo. Lo asaltó la duda, que quebrantó su paz interior y arrojó su mente a la confusión. También el espectro de la muerte se presentó para acosarlo. El tormento mental era enorme; sabía que no había obtenido nada de las intensas austeridades que había emprendido. Este esfuerzo ¿sería también inútil? Estaba plagado de deseos mundanos, atormentado por el hambre y la necesidad de dormir, hostigado por el temor y la duda.
Los demonios son las funciones de los deseos mundanos y de las ilusiones; intentan perturbar la mente de quienes buscan el camino a la verdadera iluminación. Algunas veces, se manifiestan como apego a los deseos terrenales, hambre o sueño. Otras, torturan la mente asumiendo la forma de ansiedad, miedo e incertidumbre.
Las personas que son desviadas por tales demonios, siempre justifican su fracaso de alguna manera. Se convencen de que el motivo que esgrimen es perfectamente razonable y natural. Por ejemplo, como en la época de Shakyamuni todavía nadie había logrado la iluminación, podría haber concebido la idea de que la meditación bajo el árbol pipal tal vez no era útil.
Con frecuencia, las funciones demoníacas hacen que la gente se aferre a alguna lógica que justifique su debilidad y sus necesidades emocionales. Nichiren Daishonin advierte sobre esto cuando escribe: "El demonio cuidará de él como los padres". [3]
Sin embargo, Shakyamuni vio a esas funciones demoníacas tal cual son, extrajo una poderosa fuerza vital y arrasó con los pensamientos destructivos que lo invadían. En su corazón clamó: "¡Demonios! Ustedes pueden derrotar a un cobarde, pero el valiente triunfará. Lucharé. ¡En vez de vivir en la derrota, moriré peleando!". Ese pensamiento hizo que su mente regresara al estado de tranquilidad.
Lo envolvió el sereno manto de la noche, cuajado de estrellas que titilaban con un brillo puro y cristalino.
Luego de superar la violenta embestida de las fuerzas diabólicas, la mente de Shakyamuni quedó fresca y vigorosa; su espíritu estaba tan claro, como un despejado cielo azul. Afirmó un estado interior inamovible y centró su atención en el pasado. Intentó una visión retrospectiva y, de inmediato, comenzaron a aparecer las imágenes de su vida anterior. A medida que avanzaba en su búsqueda interna, recuerdos de incontables existencias pasadas se presentaron vívidamente, uno tras otro. Y fue más allá; recordó las innumerables formaciones y destrucciones del universo.
Se dio cuenta de que el presente, este momento en que se encontraba sentado meditando bajo el árbol pipal, era parte de un ciclo interminable de nacimiento, muerte y renacimiento, desde el tiempo sin comienzo. Despertó así a la naturaleza eterna de la vida, que abarca el pasado, el presente y el futuro.
Entonces, se disiparon todos los temores y las dudas que habían existido en las profundidades de su ser, como un pesado lastre, desde el nacimiento. Finalmente, había llegado a las hondas e inconmovibles raíces de su propia existencia. Sintió que la oscuridad ilusoria que lo había envuelto se disipaba a medida que la brillante luz de la sabiduría lo iluminaba. Había abierto dentro de sí un estado de vida tan amplio como la imponente vista que se obtiene desde un mirador libre de obstáculos, emplazado en la cima de una montaña elevada.

Con esa aguda percepción, Shakyamuni fijó su interés en el karma de todos los seres vivos. Por su mente desfilaron las imágenes de toda clase de individuos que pasaban por ciclos interminables de nacimiento y muerte. Algunos habían nacido en la miseria, otros, en circunstancias afortunadas.
Y observó: "Los que padecen el karma de ser desdichados han cometido malas acciones, en hechos, palabras o pensamientos, y han calumniado a los practicantes de la Ley verdadera, en alguna existencia pasada. Lo que formó la base para su conducta equivocada fue el apego a opiniones erróneas. En consecuencia, llevan con ellos el karma de ser infelices después de la muerte y en la próxima existencia. Por el contrario, los que fueron buenos y virtuosos en sus acciones, palabras y pensamientos, no calumniaron a los practicantes de la Ley verdadera y se condujeron apropiadamente, sobre la base de opiniones correctas, disfrutaron de felicidad en las existencias siguientes. La vida presente está determinada por el karma acumulado en existencias pasadas, mientras que las existencias futuras se deciden por nuestras acciones en esta vida". Shakyamuni comprendió esto sin sombra de duda. Precisó, de manera evidente, la inexorable ley de causa y efecto que opera en la vida de las personas a lo largo del interminable ciclo de la vida y la muerte.
De repente, como un ilimitado y penetrante haz de luz, la sabiduría de Shakyamuni emergió para iluminar la verdad eterna e inmutable de la vida. Una sensación similar al impacto de una descarga eléctrica recorrió su cuerpo. Temblaba de emoción, y un subido tono rosado invadía las mejillas bañadas en lágrimas.
"¡Esto es!"
Fue el supremo despertar. Finalmente, se había convertido en un buda, alguien iluminado a la verdad última. Fue como si dentro de su vida se hubiera abierto una puerta, de par en par, a todo el universo. Se liberó de todas las ilusiones. Sintió que ahora, basándose en la Ley de la vida, podía actuar libremente y disfrutar en plenitud. Era un estado que jamás había experimentado en esa existencia.
Shakyamuni concluyó: "Todo el universo está sujeto al mismo ritmo constante de creación y cambio. Esto es aplicable por igual a los seres humanos. Quienes ahora son niños están destinados a envejecer y, finalmente, a morir, y luego a renacer otra vez. En el mundo de la naturaleza o en la sociedad, no hay siquiera un momento de descanso o inmovilidad. Todo fenómeno en el universo surge y se extingue por influencia de alguna causa externa. Nada existe en aislamiento; todas las cosas están ligadas a través del espacio y del tiempo, y se originan en respuesta a relaciones causales compartidas. Cada fenómeno funciona simultáneamente como causa y como efecto; y ejerce influencia en el todo. Además, la Ley de la vida impregna todo el proceso.
Tuvo plena convicción de que podía desarrollarse ilimitadamente mediante esa Ley a la que había despertado. Toda crítica, obstáculo o dificultad no serían más que polvo en el viento.

"Al no estar conscientes de esta verdad absoluta, las personas viven en la ficción de que existen independientemente las unas de las otras -pensó-. En última instancia, esto las hace prisioneras de sus deseos y las aparta de la Ley de la vida, la verdad eterna e inmutable de la existencia. Vagan por la oscuridad y se hunden en la desdicha y el sufrimiento. Pero esa penumbra deriva de las ilusiones de la propia vida. Esa oscuridad espiritual no sólo es fuente de todos los males, sino también, la causa esencial del sufrimiento de las personas por las realidades del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte. Enfrentando este mal en nuestra vida -esta ilusión e ignorancia-, podemos abrir el camino hacia la verdadera naturaleza humana y la felicidad indestructible".
Pasaron las horas, y la intensa luz de un sol que se elevaba en el horizonte comenzó a disipar la niebla matinal. Fue una aurora de paz y de dicha para toda la humanidad; despuntaba un día en verdad radiante.
Bañado en la alegría de haber despertado a la Ley, Shakyamuni contempló el fulgor de un amanecer que se extendía por toda la Tierra».
Continuará…
(Extraído de La nueva revolución humana volumen 3, capítulo «El buda»).
CITAS
[1] Rajgir: Situada a unos cincuenta kilómetros al noreste de Gaya.
[2] Seis maestros no budistas: Makkhali Gosala, Purana Kassapa, Ajita Kessakambala, Pakudha Kaccayana, Sanjaya Velatthiputta y Nigantha Nataputta. El más famoso es Nigantha Nataputta,fundador del Jainismo.
[3] Los principales escritos de Nichiren Daishonin, vol. 1, pág. 190.